jueves, 23 de marzo de 2017

V CONCURSO DE CUENTO CORTO U.N. EN LA WEB

¡150 años de historias!

Este es el espacio creado para la publicación de los cuentos del V Concurso de Cuento Corto en la Web, que organiza la Universidad Nacional de Colombia -Sede Medellín.

En este blog se plasma el talento que tiene la comunidad universitaria a través de la palabra escrita.

Se premiarán los 3 mejores cuentos en la temática libre, que serán elegidos por un jurado calificado, pero además habrá tres menciones especiales:

1. Sesquicentenario: se premiará el mejor cuento de esta temática,  según el jurado calificador. 

2.Cuentos escritos en otro idioma: se premiará el mejor cuento escrito en otra lengua, según el criterio del jurado calificado. 

3. Cuento más comentado y compartido: se premiará al cuento más comentado.  


Informes: 4309569
dcultura_med@unal.edu.co

lunes, 20 de marzo de 2017

Un Conjuro en la Montaña

Por Sebastian Uran Figueroa


Era el mes de enero, había un atípico invierno y el sol brillaba por su ausencia, sucedían cosas muy extrañas en esa parte de la cordillera. Allí había un pueblo sinónimo de belleza, reinaban los paisajes montañosos, los gélidos aires y la gente buena; por una de sus calles pasaba un meditabundo joven, su mirada se perdía en el horizonte y parecía sumido en un letargo lleno de dicha.
Resulta que aquel joven hace seis meses había conocido una dama, ella era de nobles anhelos, de una hermosa sencillez, de dejarte una huella en las pupilas y sumirse en la más sublime experiencia onírica; esta dama lo visitará con el objetivo de subir a la montaña, la que siempre mira al sol, por esta razón el joven andaba en un ensueño, donde el mundo exterior se resumía a una masa amorfa inidentificable.
Pasaron un par de días hasta que llegó la dama que provocaba su dicha, tímidamente se saludaron derrumbando toda expectativa y empezaron a subir la colina sin mayor objeción. Empezó la magia.
Subieron y subieron cruzando miradas a escondidas hasta llegar al lugar donde sus muros se rompieron. Arboles dorados adornaban aquella llanura, los colibrís danzaban y las orquídeas sus mundos enlazaban, estaban en el páramo y no se habían dado cuenta pues no se dejaban de mirar.
Bajo la protección de una roca se quieren refugiar y un bosque paramuno separaba la realidad de la fantasía, miraron hacia el cielo y sus ojos se llenaron de una bella nostalgia. No pasó mucho tiempo para que esto cambiara, el día se opacó, los trinos circundantes cesaron, la neblina arropo sus cuerpos cansados y acentuaron temores en sus corazones. Un ser antiguo de impuros sentimientos se posó en frente de ellos los miró fijamente con la intención de transformarlos en seres inertes y opacos; ambos se asustaron, él dejó su ego para aceptar su cobardía, ella rompió su muro para que en su corazón él se pudiera refugiar, él le otorgó la valentía que le quedaba y ella comprendió que no hay cosa que él por ella no haría. Se tomaron de las manos y se marcharon al único lugar donde ese oscuro vibrato no los alcanzaría. Sus labios…
El ser oscuro utilizó todo su poder antiguo como la tierra y poderoso como el fuego, pero a medida que se besaban este ente perdía fuerza, la luna surgió, la neblina había desaparecido, el ser se desvaneció sin darse cuenta de su error, pues aunque poderoso antiguo y oscuro olvido que la magia más antigua y poderosa es el amor.

Power

Cuento participante en la Categoría Idiomas

Por Carlos Mario Zapata Jaramillo

I declare we only wanted the King's crown... The King's head was a collateral damage.

domingo, 19 de marzo de 2017

El Futuro Horizonte

Por John Sebastian Pantoja Gamboa

-La imagen está es confusa y rara - dijo Emilio -, con el ojo pegado a uno de los lentes.
- Trata de enfocarlo - respondió Erik -, pero mira, mira…

Se podía ver a algo moviéndose, podía ser cualquier cosa, lo único que se sabía es que no era nada visto jamás… De pronto se movía, de un lugar a otro, lenta y cuidadosamente, el más mínimo movimiento este objeto desenfocaba la imagen.

- Veo huellas extrañas, parece un…- Erik se quedó sin palabras al mismo tiempo que Emilio aumentaba la resolución.
- Emilio mira -,  grito Erik al borde de la locura -, Hay otra de esas cosas.
Estupefactos observaban que no solo había un objeto sino dos y eran similares. La concentración en el cuarto no podía ser mayor y la agitación sobresaltaba a ambos y nada se pasaba por alto.

A los pocos segundos, como un atardecer, la imagen se fue oscureciendo, Erik y Emilio se observaron y con solo verse entendieron que la ventana de oportunidad se estaba cerrando, sin perder tiempo Erik puso la máxima resolución… Pero ya era demasiado tarde, todo se ensombreció en un negro profundo y sin vida.

Habían visto 1,3 años atrás en el tiempo, lo que observaron era el Planeta C en el sistema TRAPPIST 1, con el cual perdieron contacto porque seguramente el planeta había sido ocultado por otro planeta... Tendrían que redoblar sus esfuerzos para volver a encontrar al misterioso objeto.


FIN

Anhelo

Por Kevin Leon García Castro

Voy caminando por una acera, tal vez con dirección a mi casa. En el trayecto veo un señor de cabello blanco, al parecer con prisa, transitando la acera opuesta con la misma dirección a la mía. Luego recuerdo estar caminando junto a él. Me pregunta algo que no recuerdo y yo le respondo. Cordialmente me pide acompañarlo hasta su destino, cerca al mío. Su presencia emanaba tranquilidad. De repente, reconocí estar en un lugar cerca a mi casa y desvío mi atención hacia una esquina en donde reconozco la figura de mi padre. Me alegré al verlo y caminé directo hacia él no sin antes percatarme que el señor amable de cabello blanco ya no estaba. Mi padre me apretó la mano, como de costumbre, dibujando en su rostro la sonrisa más sincera que le conocía y que a nadie más enseñaba debido a su actitud rígida y fría. Me apretó el hombro y me hundió contra el costado de su cuerpo, cuya figura pesada y barriga prominente me permitía reconocerlo de lejos. Me llevó a caminar junto a él. Aunque me sentía cansado, nunca dudé en acompañarlo y conversarle como muchas otras veces en que solía encontrarlo en la calle, así como deambulando. A pesar de su fría expresión, inspiraba respeto y cariño entre las personas. Mi padre, que prefería hablar más con los gestos que con las palabras, desplegaba toda su oratoria conmigo, con sus anécdotas del campo, de sus añoranzas de la niñez y de sus amigos. También me hablaba de negocios, de nuestra familia y de vez en cuando hasta de ciencia. Siempre escuchaba con agrado sus historias. A veces también discutíamos, yo le refutaba sus decisiones e ideas cerradas, mientras él las defendía o simplemente callaba y seguía sonriendo disfrutando de mis reproches. Caminamos juntos toda una tarde, mientras me contaba mil cosas y yo le compartía otras cuantas, ¡y cómo lo disfrutamos! Sin embargo, siempre había visto en él una tristeza profunda de la cual nunca quise indagarle, pero yo sé que él intuía una tristeza en mi aún más aguda, y tal vez porque ambos nos reconocíamos esa tristeza mutuamente nunca hablamos de ella, ni siquiera esta vez.

Al llegar a una esquina, reconozco al señor de cabello blanco que me sonríe de nuevo, mientras poco a poco se va difuminando aquella escena…hasta que despierto.

Ahora entiendo que las letras me ayudan a inmortalizar las historias que no puedo contar en vida a quien más necesito que las escuche. Mientras tanto, en mis sueños trataré de buscar al hombre de cabello blanco que me ayude de nuevo a conversar con mi padre. 

Animales Salvajes y Domadores, Bestias y Amos

Por Kevin Yesid Quintero Bedoya

Mira a la bestia, aquella bestia salvaje, sin amo y sin dios, allí en medio del bosque, admira su belleza; Acércale, mírala con ternura en tus ojos, con el látigo en tu hombro, y la comida en tus manos; Sáciala en el comer, invítala suavemente al rectángulo de barrotes; Sácala en tu territorio, en tu control, deja que conozca su nuevo hogar; Enséñale a contenerse a sí mismo, en aquel rectángulo por las noches, o cuando lo ordenes; Enséñale trucos luego, hazlo de mala gana, ello le pasa por no dormir cuando lo ordenaste; Enséñale trucos, hazlo de mala gana, el látigo dará perfección a su técnica; Enséñale de la caricia estridente de la energía, enséñale del hambre paralizante, de la ridiculez innecesaria de la calma; Enséñale del inclinarse, del acariciar sin saber para qué, de las cadenas opacas con sangre de otros, del miedo a sí mismo y a la libertad; Muéstrale comida cuando os plazca, no cuando la necesite, dale migajas por cumplir su labor, no sea que contenga su hambre, como lo hacia afuera, cuando la presa era solo un lujo, y la necesidad una normalidad; Muéstrale que resistir es alargar el cansancio, de lo inocuo de sus tímidos intentos por escapar, muéstrale que es pertenencia, ya no un ser vivo; Muéstrale como una figura más pequeña domina seres tan grandes, muéstrale tu poder, muéstrale autoridad, muéstrale que el “era”, muéstrale que ya no “es”; Pero cuidado, no vaya ser que descuides el último paso, que recuerde de donde vino, que aun quiera volver; No vaya a ser que te desgarren suavemente sus patas delgadas de uñas cortadas, o te aprieten sin fuerza sus mandíbulas de colmillos arrancados; No sea que escape, que divida sus escasas fuerzas en el hacerte retroceder, y en su escapar; Lejos de ti, con gran lamento, puede ser visto ya, recostado en el suelo, en su bosque, con sus ojos húmedos; Humedad de llanto, de ver al cielo, y sus magnánimos rayos de sol entre la nubosidad, de tomar aire sin cigarrillos y carcajadas; O humedad de unos ojos muertos, cuando la fatiga, el hambre, el tormento y la rabia aplastaron ya la voluntad de vivir; Si, se ha ido, pero se ha ido libre, ha muerto vestido de su naturaleza, recordada con dolor, a cada paso hacia su hogar; Lo último que recordará, será la caricia, llena de amor infinito, indiscriminado, que le diera allí una gota de lluvia, que bajara por una hoja verde hasta su mejilla, antes de que su vista se perdiera por siempre entre sus troncos, sus raíces y sus hojas, su luz y su oscuridad…

Quedad Crónica

Por Santiago Betancur Zapata

Antes de irme a dormir descubrí que tenía una cavidad en el pecho, apenas más grande que un alfiler. Entré en pánico. Bordeaba el pequeño agujero con los dedos, mientras iba subiendo el volumen de mis gritos. Toda mi familia se reunió alrededor de la puerta, me miraban inquietos: —¡TENGO UN HUECO EN EL PECHO! — Inmediatamente analizaron la parte delantera de mi tórax con un rigor científico. —No tienes nada, pero, ¿te duele? ¿Puedes respirar? La preocupación no se desvaneció con la minuciosa inspección. Hubo exámenes, médicos, radiografías, y consultas. Al cabo de una semana los resultados eran contundentes: nada. Gozaba, según los médicos, de un estado de salud envidiable. Sin embargo, yo era testigo de un lento progreso en esa oquedad. Como todos los días se abría un poco más, al cabo de tres semanas ya era lo suficientemente grande como para pasar una canica de un lado a otro sin problema. Naturalmente, traté de insertar cualquier cantidad de objetos, pero no tuve éxito. Todo parecía indicar que la realidad tampoco estaba de acuerdo conmigo. Era natural pensar en mi síntoma como en una sensación de frustración, congoja, melancolía o soledad. No era nada de eso. El ahuecamiento era real. Lo probé todo, desde llevar un babero, hasta jugar a las adivinaciones con mis amigos, pidiéndoles que ubicaran objetos a la altura de la espalda mientras yo intentaba describirlos; pero no daba resultado. Por más que me esforzaba, sólo conseguía ver manchas distorsionadas, nada de color y forma; yo veía cosas, pero opacas, como si les faltara lo que las hacía ser.  Después de un tiempo el ahuecamiento era tan grande, que me resultaba cómico vestirme con camisas de Iron Man, para imaginarme una brillante batería en el lugar que ahora ocupaba ese perturbante vaciado de carne. Todos a mi alrededor sabían del asunto, había cotilleos, chistes, e incluso, hubo un cierto interés público por mi testimonio y en los canales locales me hicieron varias entrevistas. Ya podrán imaginarse mi sorpresa al recibir un correo electrónico de lo que parecía ser otro “perforado”. Tenía una “hornacina”, según describía ella su fisura, algo así como una ventana en lo que antes ocupaba el esternón. Me explicó que el proceso es irreversible, y que, como yo, había miles y miles de personas. Como la correspondencia no me dejaba satisfecho, le propuse un encuentro casual. Nos vimos en un café central. La suya era una presencia tan descomunal que no hubo necesidad de quitarle la ropa para ver la dimensión de su vacío. Estábamos en una mesa estrecha en la que apenas cabían dos bandejas con café y galletas; pero era como si tuviéramos que escribir por anticipado lo que queríamos decir para luego arrojarlo al mar, con la esperanza de que el mensaje llegara intacto al otro lado de la mesa. Un océano de tiempo se instaló entre los barcos que usualmente transportan el habla. Pasaban milenios entre palabra y palabra, pero el reloj insistía en decir que no, que eran segundos. Luego entendí que el reloj tenía la mitad de la razón, porque eran segundos, pero un segundo está hecho de sesenta milésimas, y a su vez las milésimas están hechas de partículas más pequeñas, que a su vez están hechas de otra cosa más pequeña, hasta que se acaban los nombres para cosas tan pequeñas, pero se mantiene esa separación en un horizonte infinito. En algún fallo de esa nomenclatura naufragó el barco que nos mantenía comunicados. Era como si el vacío entre uno y otro no fuese homogéneo; como si esa distorsión de las cosas que no me dejaba ganarme la vida como adivino, se duplicara, era una doble distorsión, según ella, era el redoblamiento de la irreciprosidad.  Aunque ella trató explicarme las cosas con paciencia, siento que alteró el enigma poniendo otro en su lugar. En resumen, me dijo que me despreocupara: había comenzado a crecer.

Ana María Va...

Por Jonathan David Tobar Quiroz

Voy  voy  voy,  mientras la noche me entretiene con insomnio. El momento ha llegado, mi partida es inevitable. Estoy demasiado nerviosa para dormir, la situación es insostenible. Decido pararme de la cama, enciendo la luz y el espejo suelta un reflejo que yo nunca le pedí, suelto una tenue risilla por mi patético semblante de mal dormida . Me siento en el borde de la cama, pensamientos pendejos afloran:¿por qué nunca había cambiado este catre de lugar, con lo que odiaba que me pegara el sol por las mañanas?. Encendí el televisor para no sentirme sola.

Mientras empacaba mi vida en una cochambrosa maleta gris. mire a todos lados. Cada chérchere que había en ese cuarto agudizaba mi nostalgia. En este mismo cuarto Alejandro,(que llego con la excusa de ver una película) , me zampo un beso de repente. Me interrumpió mientras que daba mi usual cantaleta de porque: se debería volver ateo. Después me dijo que le encantaban mis ojos y que le importaba una mierda en lo que creyera, me sonroje. ¿Que le habrá visto de bueno a mis ojos de descreída?, bueno, eso solo lo sabe Alejo y Dios. Después, Alejo ya, no solo me daba besos , ¡no hombre! la confianza hizo cúpula con el amor y nos entregamos a el sin reserva alguna, esculpiendo un inmaduro romance a punta de cincel y maceta en esta arrogante vida dura, que muy de vez en cuando se deja tallar por la esperanza.


A medida que el armario y los muebles se vaciaban, de cuando en cuando iban apareciendo tesoros, en mi descuido  los había tirado a las fauces de Cronos, el coloso no había cedido a la tentación : estaban intactos. Estalle de euforia cuando vi el pequeño álbum de fotografías que había hecho yo misma, con un poco de escarcha, hojas e inocente majadería. A la primera imagen apareció, mi papá y yo chupando helado,¡ que parche!, si tan solo tuviera un solo recuerdo de ese día. Que viejo se había puesto el viejo, en unas horas me ayudaría a cargar, las maletas, me llevaría a la terminal y me soltara la mano que un día tuve miedo de dejar .¡Que hijueputa nostalgia!. Tendría  4 o 5  años cuando tomaron esa foto  ahora tengo 17 , solo he tenido un novio, es hasta ignominioso como los números te definen y ahora Con 687 puntos de 1000 posibles, me asegure un puesto en la noche así que voy voy voy.

Expectantes

Cuento participante en la categoría 150 años de historias

Por Juan Carl Dávila Betancurth

… En su antigua silla se mecía, como si de larga espera se tratara, sus cabellos niveamente blancos no solo eran señal de sus nobles pensamientos sino que además representaban su desgaste en la verticalidad del trabajo campesino en el mundo de ayer y de hoy. En completo y profundo silencio observaba a los nuevos amaneceres que a diario se presentaban en el fulgurante horizonte, como si a la postre alguna figura habría de aparecer en las estribaciones que estaban al alcance de su visible entorno.

De repente, a lo lejos, en la perenne aurora, surgió como desde los mismos cielos una silueta de inefable sencillez, portaba en su espalda un maletín cargado de excentricidades, en su bolsillo de camisa un lapicero, una libreta y algo más, sus desaliñados y sucios jeans demostraban que su fatiga no era impedimento para ir en búsqueda de algunos secretos y verdades que encontraría allí. 

Ahora el uno está frente al otro, o mejor dicho, la una está frente a la otra, la emoción invade y se refleja en sus nacarados ojos ante el esperado encuentro. La campesina salta del lecho y con bienhechor abrazo recibe a la estudiante de “La Nacho”, había terminado la maldición irreparable de la senectud, había llegado la otra parte, el complemento de su sabiduría. La escolar la abrazó, se sonrió, saltó, gritó y quizás deseó volar en ese instante porque también había llegado al lugar donde operaba la mente genial de los antiguos. Ahora el escenario se convertía en el punto de encuentro de la sabiduría y el conocimiento, donde los únicos testigos de esta doble excelsitud fueron los inanimados minerales vueltos rocas y los discretos seres vivos diferentes al ser humano.

Inspirado en los encuentros de saberes entre los académicos (estudiantes y profesores) de la Facultad de Ciencias Agrarias Sede Medellín y las comunidades rurales colombianas.  

Letras al Cubo que Marean

Por Haiver Rodolfo Rivera Rivas

La efímera imagen con la cual se topaban  mis ojos se desvanecía en razón de la velocidad con que se mueve el bus en el cual voy. Como el puesto de mi lado está vacío, una pequeña y palpitante voz se agita en mi cabeza rezando:- Quizá no se siente nadie aquí-. Así que cuando ya estaba a punto de salir de la ciudad, el bus  para y suben un pasajero y con más ahincó palpita la melódica voz hasta que la aleatoriedad de los sucesos del universo intervienen a favor de ellos y pregunta: ¿Está ocupado este puesto? – A lo que quisiera responder:- Si, está ocupado por mi comodidad-. Pero, el rescoldo de mi humanidad fraterna me obliga a decir no. Mi indiferencia al humano es grande, creo que lo he dejado de existir; bueno, sí, exagero, pero parecía que así era. Entonces enfoco mis ojos por la ventana nuevamente; trato de pensar en algo, alguna idea o suceso, pero, nada sucede; las luces racionales me abandonaron. A lo único que doy cabida es el contemplar el ocaso; el sol desapareciendo tras la montañas lejanas. Trato de verlo directamente y su resplandor me ciega y vuelvo mis ojos hacia el frente.  - Bite niet raushen- me increpa el letrero con el cual me encuentro en el respaldo de la silla de enfrente y me pongo a contar sus letras como suelo hacer cuando no hay nada que pensar.  –Diez y seis- me digo mentalmente. –diez y seis por diez y seis; doscientos cincuenta y seis- y empiezo a ver números y pongo mi atención a la operación , multiplico y sumo, sumo y multiplico, hasta que al fin en voz alta digo- cuatro mil noventa y seis-. Satisfecho, vuelvo a la realidad busiana; percibo el reclinar cuando el bus pasa por una curva apretándome contra el lado de la ventana.- Quizá que no me mareé- Me digo. Y justo, como si estas palabras fueran el conjuro para despertar  fuerzas ininteligibles del universo que convergen contra mi;  mis piernas empiezan a sentirse que desaparecen, mis manos igual, son nada; y lo único que hago es tragar saliva. Y es a tal mi desesperación que invoco  fuerzas místicas como una solución. – Dios mío - digo. Pero, mi cuerpo entero desaparece; se entumece, ese cosquilleo embarga mi cuerpo desde mis manos y piernas, y como si esto fuera un acumulamiento de fuerzas se destensan y desparecen con un estruendoso caudal a través de mi boca en forma del almuerzo de aquel día.  La siempre prevista bolsa cumple su designio.

Los Cumulonimbus en Tiempos de IV Cónsul

Por Jorge Moncayo

Contemplaba taciturno el firmamento mientras sostenía con firmeza una copia en papel de De Bello Gallico, obra escrita hace 2267 años por Cayo Julio César, aquel electrizante y cosmopolita cónsul romano y dictador perpetuus de la era tardorrepublicana, asesinado vilmente por sus pares que usaron como pretexto la defensa de una rancia y decadente República. Estaba a un par de decenas de metros del edificio del Senado, aguardando afanoso el inicio de la sesión extraordinaria, convocada por él mismo en calidad de Cónsul Terrestre. Palpó delicadamente la cadena que se ceñía hacia el interior del bolsillo de su pantalón y sacó de éste un reloj, presionó la corona y observó que eran las 17:43 horas, faltaban poco más de quince minutos para que iniciase formalmente la sesión. El Cónsul introdujo su reloj en el bolsillo, giró su cabeza y de repente realizó un fugaz gesto con su mano derecha sobre una delgada y luminosa banda que rodeaba el interior de su muñeca izquierda, inmediatamente asomaron sus 24 lictores. Se distinguían estos serviles robots humanoides por sus preciosas vestimentas escarlatas y sus exóticos desintegradores, capaces en la época de aplicar la pena capital si así lo disponía el Cónsul. Se dispuso pues, en compañía de sus lictores, a emprender la breve caminata hacia el Capitolio Pax Orbis. Mientras tanto, observaba con gesto de franco decaimiento las aglomeraciones de cumulonimbus que abarcaban la casi totalidad de la bóveda terrestre, señal inequívoca de que se avecinaba una espléndida tormenta. Aspiró copiosamente una buena cantidad de aire y sonrió, le gustaba la relación aire/humedad que había en aquel instante. De repente y sin menor cautela asomaron en su mente recuerdos volátiles y sintió náuseas; por lo tanto detuvo su marcha, estaba absorto en aquellos pensamientos efímeros, hasta que finalmente pudo discernir su contenido. Sabía francamente lo que debía hacer y sin embargo se consideraba a sí mismo un engranaje más, un simple alfil de las probabilidades y un mecenas del destino de los ciudadanos, sus ciudadanos; pero aunque todo esto para él sonase como una patética excusa para disimular su abiertamente estilo de caudillo, no dejaba de ser menos cierto que aún dilataba su decisión, no era fácil para él, aquel encumbrado estadista que se hallaba, en la época, en el pináculo de una desenfrenada y triunfante carrera política, y sin embargo se encontraba a sí mismo ajeno a lo que algún día anheló, no tuvo éxito en aquello que llaman las buenas intenciones y le figuró dislocar el método, mejorar el tacto diplomático y fingir las buenas maneras de la democracia. Lo que prosiguió a continuación es un estrafalario ejemplo de lo fútil, ridículo e inútil que es el ser humano: el cónsul arrebató penosamente a uno de sus fieles lictores un desintegrador y se disparó a sí mismo, ya sabes cómo funcionaban estos singulares cachivaches. Resulta que aquel día nada extraordinario ocurrió, la sesión fue aprovechada para hacer un llamado a la unidad, se eligió un desdibujado triunvirato para alimentar la sed de representación de los otrora opacados partidos de oposición y la vida de los ciudadanos siguió exactamente igual, al menos por un par de meses cuando una deliciosa anarquía apareció, pero eso será tema de otra historia.

La Paz de los Sabios

Por Daniela Gomez Restrepo

Entrado el pequeño, El Capitán no pudo evitar maravillarse.
— ¡Ah! ¿Qué mejor manera de desafiar nuestra capacidad de síntesis y de argumentación, que estacionando nuestro pensamiento en términos acomodados a la comprensión de un infante? ¿Les parece, pues, si servimos la palabra al Filósofo? —preguntó, mirando a sus dos interlocutores, acomodándose la boina. Ambos asintieron—. ¡Hágase así entonces! Escucha con atención, hijo, tanto a la pregunta como a las respuestas, y dinos cuál de los hombres aquí reunidos para ti, es portavoz de la verdad. Y ahora, buen hombre —dijo mirando al Filósofo— haga entender como mejor pueda: ¿Cómo se consigue la paz?
— Difícil tarea a la que bien podría dedicar por lo menos tres tomos —comenzó afirmando El Filósofo— mas he aquí la esencia de mi razonar: no es posible y no es deseable llegar a una ausencia de conflictos, solo hay mérito en ayudarlos a cohabitar.
— ¡“Cohabitar”! ¡Tiene diez años, por los cielos! Me permito tomar la palabra. Excuse mi rudeza —interrumpió El Político— La guerra carcome a quienes la sufren y no hay riqueza más apetecible que su destierro. Definitivamente es la negociación y no el combate lo que nos  llevará a la paz.
— ¡Habla usted como si pudiera existir paz sin guerra! ¿Cómo siquiera saber de ella sin contrastarla? —exclamó el capitán— Y con el debido respeto a su erudición, señor Filósofo, rara vez son prácticas las ambivalencias que propone su disciplina. Aprópiate como puedas, chico como eres, de mi humilde pensar —dijo, volviéndose hacia el pequeño—: Una y mil veces te encontrarás en este mundo a alguien que quiera perturbar los fragmentos de esquiva armonía que puedas alcanzar. No hay alternativa más que luchar por proteger, por encima de lo que sea y quien sea, tu paz y la de quienes amas.
— Hemos dicho suficiente —quiso concluir El Filósofo—. Escuchemos al infante.
Libre como eres —explicó, mirándolo con ternura—; falto de los prejuicios de la academia, de la política y de la milicia, ¿qué parecer de la paz se adecúa más al tuyo?

— Poco sé —expuso en voz muy queda el niño—, de ningún modo mi pobre opinión dará o restará validez a sus palabras. Pero como así me la piden, así se las ofrezco: me es imposible encajar sin traba en una u otra forma de pensar, ¡cómo me llena de vergüenza admitir que no he comprendido totalmente lo hoy dicho! Paz hallaría mi corazón si me dejaran irme a jugar a mi casa. Si quieren vienen también.

Somnolencia Enfermiza

Por David Marin Cano


De repente aquella chica de cabello destilado por rubíes, arrimó a la ciudad ocre de unos pocos segundos, ansiosa en reclutar a los pequeños diablitos que merodeaban de sol a sol, acompañados y abrigados únicamente por las lágrimas vivaces que tomaban la forma de una silueta filial, expulsadas por la instantánea combinación de un rápido contacto con los pasos de los hombres dejados en el roído pavimento y las felonías de rostros escarpados.
Para sorpresa de la chica, éstos ya se encontraban “organizados” como el encrespar de un furioso océano, impacientes por recorrer un destino del cual acostumbraban a disfrutar de una manera exasperante, desastrosa y desconcertante.
Cientos de ellos salieron, muchos enanos tiritando de lado a lado, así que no era de esperarse que mientras todos moldeaban caritas de ángeles, habría uno que sería embestido por el disfraz de Satanás. ¡Sí! allí mismo se encontraba susurrándole en el oído las visiones que presenciaría mientras caía de espaldas hacia un vacío que lucía unos cuantos metros, bastante apropiados para desconectarse.
Tres, dos, uno, fue lo único que retumbó ante la vista de aquella chica de cabello rojo acompañada de sus cientos de “angelitos”. Perturbado se encontró el mundo en aquellos segundos que hicieron de eras, sobre todo para la engendradora de aquel pequeño que se escabulló por entre el túnel de la madriguera que habitaba. Con pasos rebosantes se acercó paulatinamente; tal era la sonsera que ni el anestesiado más impregnado hubiese podido superar.
“Rápidamente” la cría se encontró acomodado entre los regordetes brazos de aquella mujer topo, algo que era de esperarse para después salir de entre la placenta de mini seres que hacían círculo.
Al instante un personaje de mirada seca, recostado contra un pilar evitaba la placentera mirada del sol y flagelando el viento se preguntó: “¿Estará aquella cría acompañando a esa espesa sombra que en algún momento nos apacigua a todos sin excepción?”.
Sin embargo el pequeñín permaneció desplomado, mientras que su “madre” con “desesperados” pasos se introdujo dentro de su amarilla guarida. Lo que en los ojos del hombre recostado causó una tremenda exaltación, al percatarse que la dirección tomada por la mujer topo no era la correcta.

Presagio Nocturno

Por Yonatan Javier Jiménez Garcés


La noche comenzaba a hacerse dueña del camino. Al hombre le costaría trabajo regresar a su casa. Ya los años lo habían golpeado y sabía que las fuerzas se habían ido de sus manos. Con dificultad, comenzó a mover sus botas mojadas entre la maleza, apoyándose sobre el azadón y con la esperanza de divisar, no muy lejos, las tapias de la casa vieja que lo habían visto crecer. Los árboles, algo más viejos que él, parecían custodiarlo y se despedían al tiempo que el viento frío se pasaba entre sus ramas. El destello lunar dejaba entrever la silueta del hombre avanzando con lentitud por el sendero.

Una luz amarilla iluminaba el corredor de la casa. El olor a café iba escapándose por las ventanas y se hacía uno con la neblina que abrazaba las tapias blancas. Varios pasos iban chocándose en el piso de madera; se acercaban a la puerta por el pasillo. Con el rechinar de las bisagras, surgió la imagen de una mujer de cabellera blanca, que, con ojos de presagio, miraba el monte oscuro, a la espera del viejo. El frío la hizo sentarse en su silla mecedora, donde el vaivén y el olor a café iban trayendo recuerdos de ventanales, balcones y serenata. El frío de la noche no había consumido el último aliento del hombre. Guiado por la luz de la casa, iba acercándose, paso entre paso, con el anhelo en los ojos de una taza de café caliente. Al llegar, la encontró dormida en la mecedora, acurrucada con la ruana. La vio mover su cabeza y abrir los ojos, dejando escapar una sonrisa que le llegaba a su corazón de roble. Ella se levantó con prisa para servir el café; caminó hasta la cocina, donde las brasas mantenían caliente la bebida; sirvió dos tazas, regresó afuera y con sus manos temblorosas le acercó una al viejo, que animado a recobrar el calor, fue bebiendo, sorbo a sorbo, hasta la última gota. Entraron a la casa, las bisagras volvieron a rechinar y se apagó la luz del corredor.

Haciendo a un lado las botas, introdujo sus pies sucios en una vasija con agua caliente, mientras ella se preparaba para ir a la cama y fijaba la hora del reloj despertador. Era una habitación pequeña, donde solo se escuchaba el tictac. Tomó una toalla, secó sus pies todavía sucios y la dejó sobre las botas. Entraron en la cama. El reloj comenzaría su sinfonía poco antes de las cuatro de la madrugada. El descanso era profundo. Mientras dormían, sus manos se habían juntado y el tictac del reloj seguía incesante. Un sueño se apoderó de sus mentes, al contacto de sus manos. Vestían igual que el día de su boda. Ella, con su vestido de nieve, y él, con su lustroso traje oscuro. Los años parecían haber desaparecido. Una melodía serena, los llevaba a conectar sus miradas, mientras él la tomaba por la cintura y la invitaba a bailar un vals eterno. Afuera de la casa, el viento sopló con fuerza. Las brasas que habían calentado el café, se extinguieron por completo. El tictac del reloj se detuvo al lado de los cuerpos que reposaban en la cama. Ya eran más de las cuatro de la madrugada y los árboles aguardaban el paso del viejo. Los cafetos estaban más solos que nunca. Apenas quedaban las huellas que había dejado al caminar en la noche. El silencio iba de la habitación a las brasas extintas; de las botas sucias, a la puerta; de la casa, a las matas de plátano. Los primeros rayos pegaron en la puerta; pegaron en la ventana, en la mecedora, y el rechinar de las bisagras no se escuchó.

Cuando llegó la tarde, ellos estaban de fiesta, y el pueblo estaba de luto. 

“Un Insomnio Más”

Por Juan Llorente


No volverte a tener,
no es para mí una opción,
ya que no es fácil pretender,
dejar atrás aquella sensación.

Que en medio de la emoción,
tú me sabías dar a entender,
haciendo en mi corazón,
una entrada para ti mujer.

Me proporcionabas placer,
de manera que ninguna,
había hecho mi noche tan oportuna,
cómo tú lo supiste  hacer.          

El Absurdo y El Ello

Por David Bedoya Taborda

Ese día decidí salir de mi habitación por primera vez en mucho tiempo, recuerdo que el día era caluroso y el aire se sentía pesado a causa de la polvareda que entraba desde fuera, pero muy a pesar de eso tomé mi sombrero, medio me arreglé y salí de la habitación en busca de la salida del edificio; en el pasillo hice lo que acostumbraba en ese entonces, pasé los ojos rápidamente por todos los objetos que alcanzaba a ver y posteriormente trate de definir la forma cómo me sentía, era algo que disfrutaba y me gustaba hacerlo particularmente en ese pasillo, pues sentía que la forma como percibía las cosas allí era muy inconsistente, las sensaciones que me producía ese pasillo aparentemente ordinario dependían fuertemente de la predisposición en mi estado de ánimo; en algún momento incluso llegué a realizar un intento de pensar alguna causalidad y siendo incapaz de encontrar un patrón desistí de la idea, pero eso poco importa en el relato, el caso es que seguí caminando hasta alcanzar las escaleras, empecé a bajarlas y cuando me encontraba en el rellano me sentí atraído a mirar mi reflejo en el gran ventanal del lado, ahora mismo no podría explicar por qué, quizá fue alguna arremetida de una absurda vanidad o una simple eventualidad. Lo curioso de la ocasión es que al mirarme no me reconocí, al menos no de la forma cómo lo había hecho hasta entonces, en su lugar, solo vi un rostro asexuado que me miraba de manera implacable pero con una expresión algo peyorativa, una náusea me recorrió el cuerpo a causa del desconcierto y sentí un primer esbozo del desasosiego que me acompañaría desde entonces, transido, decidí bajar la mirada para levantarla nuevamente unos segundos después, pensé que quizá empezaba a desvariar a causa del calor, pero cuando miré nuevamente ahí seguía ese rostro que empezaba a resultarme odioso y a causarme algo de tedio, ese reclamo tácito de explicaciones me causaba repulsión, así que finalmente decidí mirar a otro lado, pero sin saber a dónde mirar o qué mirar, me encontré confundido y, sin saber cómo reaccionar, simplemente me quedé en el rellano, pasó algún tiempo considerable y cuando resultó difícil ver algo en el cristal a causa de la noche me sentí aliviado y regresé a mi habitación, ya no quise salir.

Esa fue la primera vez que me ocurrió, pero no fue la última, siempre ocurre cuando trato de verme a mí mismo desde entonces, mi reflejo me resulta particularmente desconocido y no puedo ver nada más que ese ello, ese rostro impersonal; con el tiempo se ha convertido en algún tipo de desasosiego, pero me he acostumbrado y hago lo más racional, lo que cualquier hombre respetable haría, limitarme a ignorar a ese absurdo en mi existencia.

Desterrados

Por S. M. Kath


Me llené de angustia por la pregunta evadida; y en vez de expresarlo, empecé a caminar; salí del edificio, conduje a casa, me acosté en el suelo de mi cuarto medio vacío, y aceché el techo hasta que quedé atrapado en sueños.
Soñé con ella, por supuesto.
Mis fantasías materializadas y las emociones tan reales; porque son reales; ¿no lo son?
¿Por qué no serían reales las emociones en sueños?
Soñé con ella y esta vez no hubo destierro ni maltrato; soñé con ella y esta vez su rostro era su rostro, soñé con ella y esta vez su respuesta fue clara.
— ¿Te quedarás conmigo? —
— Me quedaré contigo —
Vaya respuesta más simple; vaya paroxismo de emoción el que me produjo.
Pero desperté; por supuesto desperté.
Desperté y recordé el rostro que ya no parece su rostro, el olor que ya no es más su olor; recordé aquel destierro inminente e imprevisto; la violencia y el maltrato.
¡Ah, aquel maldito destierro!
Y ahora las lágrimas bajan por mis mejillas y me hago un ovillo en el suelo y me angustio de nuevo por la pregunta evadida.
— ¿Te quedarás conmigo? —
Pero por supuesto la pregunta quedará sin respuesta; por supuesto la angustia no desparecerá de mi vida. ¿Cómo podría lo arrebatado volver a donde pertenece? ¿Cómo podría la muerte retroceder y dar nuevo paso a la vida?
No puede, nunca podrá.
Y es por eso que mi pregunta nunca será respondida.
¿Cómo podría ella, después de 3 días en la morgue, dar alguna respuesta?

¡Es Falso!

Por Carmen Elisa Grajales

¡Gritaba! Sus extremidades se encogían y entrecruzaba sus dedos, estaba poseída, su respiración iba de cortos jadeos a largos suspiros, parecía que había alcanzado el cielo y tal vez él lo habría creído, de no ser porque cuando ella abrió sus ojos su compañero se mostraba confundido, no habían empezado y ella ya lo había conseguido. 

El Sueño de Felipe

Por José David Zambrano

Era una fría mañana de principios de mayo, Felipe se levantó muy temprano, con mucha ansiedad, expectativas y un poco de miedo. Ese día significaba para él, la posibilidad de cumplir un sueño que por cuestiones de la vida, del destino o de su propia incompetencia (como el mismo pensaba) había estado postergándose. Felipe caminó por las desoladas y frías calles del pueblo que lo había acogido durante los últimos dos años de su vida, pero que a pesar de lo bonito y acogedor que le parecía, sentía que no estaba en el lugar adecuado y que precisamente por eso se había levantado ese día, porque quería estar en lugar adecuado para su vida, quería encontrarse con ese destino que lo había esquivado en dos ocasiones anteriores. Pero el camino hacía su sueño siempre había estado plagado de dificultades y ese día no parecía ser la excepción, a parte del frio habitual de la ciudad, esa mañana la lluvia amenazaba con impedir que Felipe tomará el bus que debía llevarlo a enfrentar el reto que hasta el momento era el determinante de que estuviera en ese lugar y en ese preciso momento. Felipe no estaba dispuesto a darse por vencido, salió a la calle, la lluvia a cada momento se hacía más fuerte y èl en realidad no conocía el lugar al que se dirigía. Cuando pudo encontrar el transporte que necesitaba, al salir del pueblo y ver esa geografía tan difícil y frágil, sintió miedo de quedar atrapado en un derrumbe, o ser víctima de una fatalidad peor y sabía que el tiempo jugaba en su contra. Poco a poco supero los obstáculos del camino, pero seguía el mayor de todos, acababa de llegar a un lugar desconocido para él, debía encontrar un colegio en el que 120 preguntas y 3 horas y media lo separaban de cumplir el que para él sería el mayor logro de su vida. Logró ubicar el sitio, esperó impacientemente hasta que lo dejaran ingresar, entró al salón, se sentó y recibió el examen con mezcla de miedo y ansiedad, pero con una valentía dando fuertes patadas para salir del fondo. A Felipe aquel examen le parecía eterno, complejo, agobiante pero debía vencerlo. Felipe pasaba de la alegría a la frustración con cada pregunta, sus emociones iban en una montaña rusa y el no sabía que tanto podía soportar esa travesía. Ya sin tiempo, Felipe se percató de que se equivocó llenando una respuesta y esto desencadenó el error en muchas otras. Efectivamente Felipe se equivocó pero por motivos que prefiere no saber, hoy está feliz porque está donde siempre quiso estar, con su sueño hecho realidad.

sábado, 18 de marzo de 2017

Infierno con Máscara de Clínica

Por DANIELA MERCEDES Sarmiento

Ahora que vuelvo mi mirada atrás, las señales estaban muy claras. Llegué aquí con la promesa de superar esta vil enfermedad que me aqueja.
Me tomó un par de años, decenas de cirugías, e incontables transfusiones, entender la magnitud de la mala decisión que marcaría mi final.
Por más que indagué no supe quiénes nos retenían, pero a pesar del principio secreto de su secta, algunas pistas sueltas quedaron camufladas como un camino de dulces. Para aquellas épocas los grandes poderes necesitaban sacrificar conejillos de indias para salvar su legado, una epidemia amenazaba con extinguir a los humanos.

Siempre tuve esperanzas de recuperarme, mucho más cuando me dejaron ir a casa. Pensé que lo había conseguido, justo cuando noté el lago de sangre.

La Esporulación de Carlos Samsa

Cuento participante en la categoría 150 años de historias

Por katlin paola navarro luna

Después de una noche de sueños intranquilos, donde Rosita la profesora de Algebra lineal le realizaba un supletorio sorpresa sin estar preparado, Carlos Samsa, despierta convertido en una horrible mancha mohosa y supurante en la esquina superior izquierda de su cuarto, hace más de tres días no salía, se sentía abrumado por cumplir con sus deberes con la academia, en su familia era el primero en obtener un título universitario y además de no tener los recursos para vivir lejos de casa, pidió un préstamo para la vivienda y la alimentación en aquella ciudad tan fría y extraña. No se había dado cuenta que habían pasado tantos días, aquel día le había solicitado a la profesora de Seminario de proyectos una cita para consultar su parte del trabajo final. El celular empezó a vibrar sobre su mesa de noche, y en su afán de responder, se vio la mancha desplazarse un milímetro desde donde estaba, al pasar los minutos y las horas el celular seguía y seguía vibrando sin contestación alguna, otros miles de mensajes y mails se agolpaban en la esquina superior izquierda de su teléfono, ya suponía él que eran de su profesora, de sus compañeros, de su madre preocupada porque hacía más de 5 días no contestaba sus llamadas. Carlos sentía que despertaba de una horrible pesadilla: verde, viscosa, contaminante, esporulante.
Golpes en la puerta lo sacaron de ese irreal sueño fúngico, quiso levantarse para abrir la puerta y se encontró de nuevo así mismo atrapado en ese cuerpo que había convertido el aire en una serie de partículas flotantes, inundando el plato de arroz de la noche anterior, el vaso de leche a medio acabar y la cafetera con medio litro de café. Todo, absolutamente todo estaba plagado de si, y el golpeteo de la puerta seguía y seguía, cada vez con más violencia, gritando su nombre. Natalia, su vecina, guardaba una copia de la llave y su madre entró, al ver todo en ese estado, cubrió su cara y empezó a llamarle en el tono que solo él conocía cuando su madre estaba a punto de llorar, él consciente de su nueva forma le respondió a ella buscando consolarle, su madre solo vio esa mancha en la pared, verde y asquerosa que le respondía con una voz que le recordaba a su hijo, con ese aire particulado que le tocaba la cara y se la contaminaba, entre sollozos rompió a llorar sobre la cama. Su vecina Natalia al ver todo aquello, sintió más que dolor asco y aunque apreciaba a su dedicado vecino, y hasta había pensado para sí que algún día le robaría un beso, decidió que lo mejor era hacer un lavado exhaustivo con anti hongos marca Éxito, barato y efectivo como lo necesitaba, su madre que no tenía otra que las esperanzas depositadas en la carrera de ingeniero de su hijo, sintió rápidamente la cascada hacia la resignación y la aceptación, debía trazar su rumbo en sacar a Carolina de la vida tan corriente que tenía y enfocarla en conseguir un hombre que les diera la seguridad, futuro y protección que Carlos “el ingeniero” (como le decían en el barrio) pensaba ofrecerles en un futuro próximo.

Salió de aquella habitación repleta de antihongo, sintiendo como Carlos y sus esporas se ahogaban y ahogaban, como sus esperanzas y el orgullo de saberlo el más inteligente del barrio y de la familia. Y continúo su camino.

Nocturno Volador

Por Cristian Jesus Carvajal Benavidez

Como una saeta surco las nubes, dando giros y piruetas, su extraordinaria armadura “JC” lo hacía volar, los propulsores en su espalda como un halcón le permitían maniobrar: tocaba el agua con sus manos, tan al borde del mar y secaba las gotas en el verdor de la llanura, toda una odisea, una aventura, atravesó arcoíris y cascadas, acompaño en su migratorio vuelo a un millar de bandadas, recorrió la magna y hermosa tierra, en sus despliegues nocturnos.

Pero aun estando tan arriba no era lo suficiente arriba, entonces acompañado de la luna cruzo la última frontera y curvándose la tierra en sus ojos oscuros hizo un alto en la capa etérea, ¿una falla? o ¿combustible?, no, ahora debo despertar y con el corazón aun extasiado regreso a su vida singular, no sin antes anotar sus horas en la bitácora de vuelo y en garabateadas letras rojas -el espacio hay que explorar-. La siguiente noche será.

Precisamente

Por Jose Luis Bedoya Martinez

Era conocido como el mejor matemático. No existía calculo alguno, problema alguno, acertijo alguno ni ningún tipo de reto que pudiera ser resuelto a través de la lógica matemática que no pudiera resolver. Ese era su mayor orgullo, alardeaba de tener más que una mente prodigiosa, una mente precisa. Precisamente, en el ocaso de un atardecer de verano se vio llegar. Un extraño personaje traía bajo sus brazos unos enormes rollos de papel. Caminó las calles del pueblo sin decir una palabra. El viejo profesor de escuela enmudeció pues veía en el extranjero la viva imagen de la lámina de Aristóteles que tenía en la pared de la vieja biblioteca. Su turbante, su cara fileña, sus ojos negros, pero ante todo sus viejos pergaminos no daban lugar a dudas. El extraño llegó a casa del matemático. Descargó los pergaminos en la mesa, abrió el más grande de todos y señalo un problema en especial. El matemático no miró al extraño. Observó un momento el problema. Se paró de la silla, buscó 10 lápices y los puso en fila. Tomó el primero, afiló la punta y empezó a escribir. Cabeza gacha, siguió escribiendo hasta gastar el primer lápiz. Tomó el segundo, el tercer lápiz, el cuarto, el quinto y seguía escribiendo. La imagen que podían observar los vecinos que se apostaban en la puerta de la casa era bastante particular: nuestro matemático encorvado sobre la mesa escribiendo sin cesar y un extraño hombre con turbante mirándolo erguido con un rostro impasible.

Tomó el lápiz numero 10. Afiló la punta y respiró hondo. Faltaba poco. La increíble secuencia de números que veían sus ojos lo maravillaba y le daba miedo al tiempo. Era el problema que siempre había estado esperando, el problema perfecto, el reto que era realmente un reto. Durante 9 lápices antes había estado calculado decimales, uno tras otro y cada vez que escribía uno debía recalcular todos los anteriores para saber cuál era el próximo. No había otro modo. La siguiente cifra necesitaba conocer la anterior y la anterior, hasta la primera. El extraño le había dado las 3 primeras cifras y eso era suficiente para él. Ahora lo veía todo, conoció a través de las matemáticas la verdadera historia del mundo. Era simple, era sencillo, era como debía ser y antes no lo había visto. Respiró nuevamente y continuó con su tarea. Cada nuevo número lo hacía temblar y le hacía presagiar como finalizaría la secuencia que parecía infinita pero que no lo era. Supo que faltaba un solo decimal para tener la secuencia completa. Se detuvo. Esa última cifra marcaría el destino de todos. Sabia cuál era la cifra. Vio el brillo en los ojos del extraño. Casi una sonrisa se dibujaba en su rostro. Por fin descansaría de su labor, por fin había encontrado al Matemático. Precisamente, en ese momento supo lo que debía hacer…

Anita’s House

Cuento participante en la Categoría Idiomas

Por Danny Julian Perilla Mikan

Anita’s House, 
Is the most beautiful that I have ever seen. 
Her house is so big! 
That tiny you are going to feel.

In her living room, 
You will see clouds dancing. 
Lying on a green comfortable sofa, 
You will see birds fly. 

In her garage, 
Thousands of cars she can park,
 But her heart, 
Just her bicycle can fill it. 

If you go up to the loft, 
A hot-air balloon you have to take. 
Shapes clouds, 
She usually collects them there. 

If you see a point in the sky, 
Do not be alarmed! 
In Parachute, 
Anita usually goes down.

Although Anita, 
Does not like cooking so much, 
In her Kitchen, 
Vegetables and fruits you will always find. 

If you ask me… 
Her garden is the place she loves the most, 
Because Anita, 
The trees, she loves to take care of.

Anita’s room is in the moon, upstairs. 
Every day when the sun sets, 
She turns the lights on, 
And makes the night shine. 

One day, through a window, 
I could see my little wooden house. 
So I did not understand why since there 
I did not see Anita’s house before. 
After all, it is the biggest! 

The mountains, the rivers, 
The sun in the morning, the birds singing, 
They were always there… 
They were always my house.

Testigo

Por Caridad Estefany Brito Ballesteros

El rio reta al mar cuando rompe el límite de arena que los separa. La mar revuelta reclamaba con brío la impertinencia que causaban las lluvias de La Sierra. Todos estaban alegres; el alcohol, los juegos en la playa y la brisa fresca. Era época de vacaciones, la playa estaba llena de turistas etílicos y familias que conocían por primera vez el mar. 

El sol se ahogaba sin miedo en el nordeste. Yo había vendido todas las bolitas de coco, que había preparado la “Niña Nena” en la mañana no muy temprano. Porque por primera vez durante mis 24 años de vida, se había levantado tarde. Estaba de mal humor y no era para menos, el día no alcanzaría para rayar la cantidad suficiente de coco, y darle punto al caramelo. Pero la “Niña” detuvo la prisa del tiempo, preparando lo de costumbre aunque por el afán las cocaditas, habían quedado con toque ahumado. Eso no me preocupaba, con mi picardía podía hacer que la mercancía se agotara.

Sentada sobre la arena plateada, los vi. Primero escuché las carcajadas, después, dos figuras. Un padre joven y su último hijo, una niña de escasos tres años. Juan, era un padre y esposo feliz, que le cumplía una promesa a su esposa por darle una niña. La familia conocería el mar.

Jugaban a esquivar las olas, cuando se aproximaban dependiendo el tamaño reaccionaban. Si eran grandes su sumergían y si eran pequeñas las tomaban por encima. Y sentada viendo la felicidad, recordé las palabras de “La Nena”, al entregarme la mercancía: “Hoy no te bañes en el mar”, diciéndolo con una voz casi silenciosa. Sin entender por qué me lo decía, un escalofrío me atrapó, pero “La Nena” me sacó de la sensación diciendo: “Muévete, lo que llevas no se vende solo”. 

El engaño ocurrió frente a mí. Una ola pequeña en el momento justo en que no puedes reaccionar se creció. El padre quedó sobre la arena y con los pantalones abajo. Pero la niña no resolló. Juan buscó con impaciencia. Comerciantes y turistas se unieron al desespero de un padre que buscaba a su hija.

Yo no ayudé en la búsqueda. Cada año pasa y sus cuerpos nunca aparecen.

El mar a alguien se lleva y yo vi como arrastró a la consentida. 

Pensamientos de Naturaleza

Por Julieth Tatiana Cumbe

Estaba en cierto lugar en el parque, contemplado el hermoso amanecer en su máximo esplendor, escuchando al gorrión cantar su melodiosa voz.  A mi mente llego un pensamiento, mientras, observaba el roció de la mañana que había llenado el césped de todo el parque.
“¿Por qué los seres humanos no comprenden el verdadero significado de la naturaleza? y ¿Por qué siendo la raza que razona y trasciende, no reflexiona y es ignorante en muchas formas?”
“El bello amanecer ha venido a enseñarme de una nueva oportunidad, una esperanza y una confianza de que un día llegó para quizás realizar muchas actividades también para corregir muchas equivocaciones que cometí el día anterior”
“¡Oh! Gorrión, al escuchar tu alegre canto, me hace recordar que, a pesar de muchas circunstancias, obstáculos que puede haber en mi vida, siempre hay una nueva amanecer y no debo entristecer, por que como hoy hay un nuevo día después habrá otro mañana”
“Tu roció de la mañana, tienes un gran significado para mí, me enseñas que grandes cosas ha hecho Dios por mí, dándome un día más de vida y recordándome un nuevo amanecer”
Luego de ver tan bello resplandor, me dirigí a mi casa para desayunar, así dirigirme hacia el trabajo. Usé mi coche para ir trabajar, la calle estaba llena de mucho tráfico y no había espacio donde todos los carros pudieran transitar. Aun en aquella circunstancia cotidiana, no olvidaba lo que había pensado y meditado en la mañana.
Llegue al trabajo a atender muchos compromisos que tenía pendientes, aun así, no olvidaba aquellos pensamientos.

Me sorprendió la noche, mi corazón empezó a palpitar de manera extraña, ya no sentía aire en mis pulmones, las secretarias de las oficinas estaban muy preocupadas me preguntaban “Señor, ¿Qué tiene? ¿Qué le sucede?”. Mi cuerpo se empezó a caer al suelo y ya no podía oír lo que las secretarias trataban de decirme. En los pocos segundos que me quedaba de vida, me hice una pregunta: ¿Disfruté mis nuevos amaneceres?

Después de las Doce

Por Laura Marisela Oviedo Gualdron

A tres pasos de la cama yace su cuerpo de nieve, la pulcritud de la escena me estremece, al parecer soy el primero en enterarse, el escándalo está lejos de mi puerta. Como es apropiado en estas circunstancias, recorro y analizo la habitación sin mayores indicios a la vista. Repaso conversaciones, actitudes, mensajes entre líneas de las últimas semanas y nada parece sospechoso. Entre armarios y cajones sólo está el desorden habitual, la cama está con sus cuatro almohadas y dos cojines en total orden y sin pliegues en las sábanas y la tenue luz de las lámparas es suficiente para descubrir cualquier objeto. Esta búsqueda de ese “algo” esclarecedor sobre los hechos sugiere dedicar el tiempo en pensar, recordar y hasta adivinar la causa del siniestro. 

La observo de cerca, enredada entre sábanas, aun en estas condiciones, luce como arte, encajaría perfecto en un cuadro de Botticelli. Abstraído en su cuerpo noto marcas alrededor del cuello, deben ser el recuerdo de las manos del asesino aún sin nombre ni rostro. Tras pensar un rato, me parece la escena de un crimen pasional: ella en la alfombra con su pijama de encaje y seda, labios rojos y una negación a los deseos de su amante y asesino; o quizá leía la novela de la semana cuando la mujer de su amante, la sorprendió para estrangularla. No, no, me parece más lo primero que lo segundo, porque, ¿cómo podría enterarse la otra mujer si yo no pude?; es más factible que mi mujer y su amante tuvieran una aventura totalmente secreta.

Imaginar e inventar teorías, me distrae un poco del dolor y el suplicio de haberla perdido, de no poder ya nunca trazar su silueta a punta de caricias, ni pintarle el cuerpo a besos, y menos podré proclamarla diosa en la cima del clímax. Se fue el alma de mi compañera, mi cómplice, mi amor y solo me queda su cascarón inerte sobre la alfombra.

Recostado a su lado el techo parece más alto y la habitación más vacía; es curioso como nunca había mirado el cuarto desde esta perspectiva, por impulso o sexto sentido, giro la cabeza y bajo la cama hay un diario, una chalina y lo que parece un frasco de pastillas. 

El Artesano

Por  Luna Ramirez

Un ligero movimiento, una pequeña perturbación, tal vez un temblor; pero, ninguno de sus compañeros pareció notarlo. Con todo lo demás simplemente lo olvido. Ese mismo día más tarde, cuando estaba entrando en la cama lo notó de nuevo, esa sensación de que algo era diferente, de que el instante actual aunque en perfecta sucesión con el anterior era completamente ajeno, miró alrededor y ahí estaba todo como siempre, como cada noche. Estaba muy cansado, tachó el día (febrero 13) en su calendario y escribió adjunto “algo cambió”.
Al otro lado del mundo o más bien en su extremo más alejado y si el extremo fuera una gran vidriera se podría ver al artesano, estaba poniendo el mundo dentro de una botella, momento a momento, astilla por astilla. Esta seria para su colección propia, pocas veces encontraba cosmos que sintieran el proceso
Al principio, cuando estaba aprendiendo, destruyó varios, pero estos no se dieron cuenta de nada. Ahora luego de mucha energía gastada en la misma tarea se jactaba de ser tan delicado, que el mundo en cuestión jamás notaba que había sido hecho girones y vuelto a construir para exhibición. Este lo hacía.

Iba a por nuevos mundos al mercado, con el pescador, era una tarea que se perdía en el tiempo, pero el pescador y él eran ya los únicos resquicios de otra era. Todo lo que quedaba era ponerlos en botellas y conservarlos.

Nada

Por Valentina Rodríguez Fernández


Ya había pasado una semana y ella todavía no sentía nada. Estaba casi que en la misma posición en la que él la dejó cuando salió por la puerta de su cuarto ese martes 13. Se quedaba mucho tiempo sentada en su cama, mirando para el techo, recordando, leyendo sus cartas a veces, pero nunca lloraba. Es extraño pensar que alguien pueda llorar más mientras está en una relación, cuando se supone que es feliz, que cuando se acaba. Ella no sentía nada en lo absoluto.

Esa semana pasó muy despacio, no como los días junto a él, que eran efímeros. Por fin, tenía todo el tiempo del mundo para hacer lo que se le antojara, sin embargo, no hacía casi nada. Dedicó esos días a pensar en qué fue lo que pudo haber pasado, que nunca escuchó una razón coherente por la cual esos cinco años y medio de estar con la persona que amaba, se habían convertido solo en recuerdos.

Nunca le faltó con quién hablar: sus hermanas y su madre estaban para ella, para escuchar todos los insultos, arrepentimientos, charlas de “momentos desperdiciados”, cosas desagradables o gustos incoherentes que siempre le molestaron, pero no “soltó nada”, como le decían Mariana y Ana María a su madre. Es más extraño aún, porque toda mujer que termina una relación, sea o no por su culpa, siempre estará dolida y encontrará todo lo malo que nunca vio en ese seudo “amor de su vida”. Otras, por el contrario, no superan la ruptura, y menos si fue tan larga. Solo lloran, y recuerdan lo bello que era todo juntos, emiten cantos desafinados en inglés y en español de canciones que ambos se dedicaron, aguardando la mínima oportunidad para volver.

Ella no. Ella solo estaba ahí, sin demostrar ninguna de las dos situaciones, no porque se lo guardara, sino porque, como siempre, ella era un caso atípico. Lo que pasa es que ella no sentía nada.

El Día Que No Empieza

Por Daniel Krauze Tawil

Esta mañana Mariana se ha despertado con ganas de quedarse en la cama, abrazada por sus cálidas cobijas, desconectada del mundo, ajena a todos; no es perezosa, de hecho es una persona responsable y disciplinada en todas las cosas que hace. Hoy no quiere salir de su habitación. No hay nadie que anhele ver. No está Luis. No quiere desnudar su cuerpo para tomar el baño. No quiere sentir la humedad. No quiere sentir el jabón sobre su piel, ni el picor de la crema dental en su boca. Tal tal vez hoy sólo desearía levantarse y poder disfrutar de estar viva, de respirar, de tomarse un café, de sólo sentarse a pintar mándalas, llamar a Luis para que la abrace fuerte entre sus fuertes brazos sin destrozar su fragilidad.
Estira la mano para tomar su celular. La pantalla se enciende y le ilumina el rostro y casi que quita el sopor en sus ojos. Con su dedo índice toca el logo de Instagram y aparecen imágenes muy hermosas y llamativas de gente que hace cosas del putas, selfies a la orilla del mar o en el gimnasio, uno que otro meme sobre cosas graciosas de lo cotidiano, noticias políticas, sobre la reforma tributaria que el gobierno quiere poner en marcha, la crisis del país vecino que parece salida de un libro de historia del siglo XX, entre otras variedades. El mundo se mueve y desde su celular parece que su cama es el eje de todo. Una vez más aparece una de sus fotos de fin de semana en aquel balcón con un café y una vista de la ciudad con un cielo rojizo y violeta de atardecer junto a Luis.
Afuera alcanza a escuchar las voces mañaneras de su madre y de su padre que intentan iniciar su día con un toque de humor y un poco de espontaneidad, intentando hacerle el quite a la vida, mofándose de los problemas económicos que una familia de clase media-baja puede tener. La casa se llena de vida poco a poco. Su madre ya se ha bañado, su padre suelta una palabrota al descubrir por enésima vez que Peter “la negrura”, un lindo french poodle de color negro, se ha orinado en las llantas de su auto y ha ensuciado el piso del garaje con su líquido amarillo. Recuerda que ayer “la negrura” jugaba con Luis.
El aroma a café que se cuela por la puerta de su habitación desde la cocina le hace sentir un poco más despierta. Ese café molido que hace su mamá se siente delicioso, en su punto, sin mucha azúcar, sin demasiado café, ese olor que la ha acompañado desde que tiene memoria. Ese aroma que va invadiendo suavemente la casa y que hace levantar cualquier vestigio de somnolencia que el baño y el maquillaje no puedan quitar. Sentir ese sabor amargo y dulce, a tierra, a montaña a naturaleza a los besos de Luis.

Tocan en su puerta suavemente. No quiere escuchar. Tocan nuevamente. No quiere saber. Tocan una vez más. Guarda silencio porque no quiere responder. De repente escucha una pequeña y dulce vocecita desde afuera: “Ataaa”. Es Tami, su sobrina. No puede esperar por verla. Siente desesperación por abrir esa puerta y abrazarla. Casi sin darse cuenta está fuera de la cama sin cobijas, sin frío, sin miedo, sin pesadez. Sólo puede ser feliz con esa bebé en sus brazos y siente cómo la inunda la felicidad, aunque Luis no está.

Ella

Por Fredy Hernan Ordonez Perez

Ella es.  La tierna y hermosa mujer de cachetes cerrados.   Ella nunca volverá, ese era el comentario de los incrédulos.
Aquel día el sol caía, pero la lluvia mostraba su posesión por el ambiente.  Creíamos ser los reyes pero notábamos ser los fracasados.  Aquel día el mundo cambio para todos; no positivamente. Claro está, todos somos intelectuales perdidos en el cinismo de la vida.
Aquel día marcó la vida de todos los presentes. 
Todo comenzó con una botella sobre una cabeza.  A nadie le importo y mucho menos se indago.  Pero había algo claro.  Existen personas capaces de lastimar hasta ese punto de conseguir algo.
Habíamos bebido.  Y desconocíamos las consecuencias.  Todos teníamos responsabilidad.  Creo a nadie le importo.  Aquella noche se convirtió en la salida de todos.
El vino llegó, las cervezas llovían.  Y yo solo era un personaje más de aquel cliché melodramático.  Todos contaban su historia, ninguna era importante.  Valía mas el ayer o el después que el ahora.

La mañana llego.  Y cuando el mundo despejo sus nubes incoherentes de dolor… una frase se oyó en el aire… “ella no es lo peor de sí misma…”