Entonces
emprendimos el viaje a la ciudad de new
day, el reino de la tranquilidad, en busca del futuro que la patría no nos
ofrecía. Tras varios días de camino; de escalar páramos, de atravesar
desiertos, de cruzar valles, de vadear ríos y de navegar extensos lagos
–pequeños mares-, siempre al norte; nos encontramos frente a una gran muralla.
El Muro, que según nos advirtieron, sólo podían atravesar las ratas. Al otro
lado, también se nos dijo “reina la paz y la abundancia”.
Entonces
fue necesario hacernos ratas. A cambio de nuestras pequeñas fortunas, amasadas
con sudor y lágrimas en la tierra enferma de donde venimos, a cambio digo, de tan
miserable, único, y por eso preciado botín; un hombre sabio y experto, nos hizo
la mutación y aquí estamos. Vivimos en una oscura, madriguera, que compartimos
con otras ratas; todas cruzamos El Muro por las mismas razones, con los mismos
sueños.
Los
dueños de la ciudad amurallada nos tratan bien; se trabaja, se come…incluso hay
tiempo para la diversión: de cuando en cuando, envían gatos a perseguirnos, es un juego, la rata no
siempre gana.
Otras
ratas llegan diariamente. Algunas, cansadas, regresan a su patria y se hacen
hombres de nuevo, desgraciados pero libres, dicen. Como si aquí no se puediera
escoger libremente una cueva.
No
regresaré a la tierra maldita, nadie me reconocería ahora. Además, allí no hay
buen queso.
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