Por Felipe Rico
Al
principio, por el afán, no se percató de los poco nítido que veía, pero
paulatinamente empezó a notar que toda su vista estaba nublada, se impacientó y
la velocidad de sus latidos empezaron a aumentar junto con la de su
respiración, llego a un punto de desespero que no sabía si gritar pidiendo
ayuda, salir corriendo a donde sus pies lo llevaran o las dos al mismo tiempo,
ya no resistía más ese desespero en su mente de no poder ver, pero fue ahí
donde su confundida memoria recordó ese pequeño detalle, ¡Eureka!, traía su
pañuelo para limpiar sus gafas en uno de los bolsillos de su chaqueta, fue como
si le volviera el alma al cuerpo; tomo aquel salvador objeto y comenzó a
limpiar suave, rigurosa y felizmente cada uno del par de lentes como si todo su
futuro dependiera de ello, cerro sus ojos al colocárselos y poco a poco fue
abriéndolos, sintió que la luz lo llenaba de nuevo, suspiró de alegría al notar
que podía ver perfectamente de nuevo y continuar con su vida tranquila, hasta
la próxima vez que le tocara usar de nuevo su preciado pañuelo para limpiar su
“segundo par de ojos”.
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