Él se negaba a llorar, no quería que sus lágrimas dieran cuenta de su tristeza. Ni en público
ni en soledad, no llorar, como una promesa, como un principio de vida resistir el nudo en la
garganta. Si alguna lagrima insolente pretendía salir, él se estremecía con todas sus fuerzas,
cortando su avance y obligándole a volver a su interior. Lagrimas procedentes de
decepciones, desamores, fracasos, injusticias, confusiones y nostalgias profundas, una a una
fueron devueltas, una a una se acumularon en su interior… y allí en lo profundo de su ser se
hallaba, flotando sobre aquel mar de lágrimas, el cadáver del alma de aquel desventurado
hombre, condenado por siempre a la desdicha.
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