¡sí!...¡sí!...y el resto de la vida reflejado en nuestros
ojos; la iglesia estaba ocupada, cuerpos, casi objetos sin sentido, algunas
malas miradas sacudían mi vestido; en cambio tú Manuel te veías feliz, ya realmente
todo se veía distinto. Era tarde cuando llegamos a la habitación, deseosos nos
acostamos, sin apartarnos para amarnos más, estabas incluso más tímido que yo,
pero me tomaste y me entregue a ti….
¡Manuel!, ¡Manuel!… ¡Manuel!, te levantaste de la cama muy
despierto, viste que era Dios por la ventana quien te llamaba, no sé cómo, pero
te lanzaste a través de ella y sin que siquiera pudiese ver tu rumbo
desapareciste. Me has cambiado Manuel, te has ido sin más, total sin sabor, tu
ausencia solo me ha dejado la duda de tu amor; desgastada, perdida, condenada a
la vergüenza como castigo divino; ojalá hayas visto mi desconsuelo, las
palabras me han llegado como buenas intenciones, pero tan inestables y efímeras
como burbujas, ahora soy devota al miedo y lloro como oración, vivo en lo más
humano, el sufrimiento. !Sabes que Manuel¡, te he perdido y me siento aliviada,
tu amor me limitaba, gustosa de no tenerlo más y sin cargar con remordimiento
alguno.
Es fácil deshacerse de Dios, él es insuficiente ante mis
necesidades, inútil, tan muerto como mi esposo, par de “jechos” sumisos ya ante
las exigencias de la naturaleza, putrefactos, capturados como imágenes. Me hago
mía, soy la insolencia, el monstruo de la intimidad complacido. Caí en la cama
en completa ausencia del otro, insatisfecha como siempre, quería salirme de mi,
la agonía me retorcía como una lombriz de tierra quemada por el infierno. Me
has robado todo, el amor que contemplaba, mi inocencia, mi culpa, el deseo, mi
belleza, mi salud, los sueños contigo, ¿y que me has dado? que la luz del fuego me ilumine hacia el
infierno, cierra tus ojos, oculta el cielo, que los destellos del universo no
me penetren...
¡Dios! soy un cuerpo ritualizado por convicción, envejecido,
impotente me siento ante tu voluntad, es justa pero brusca, tengo absoluto
temor de la inexistencia y no poder habitarte más. El sufrimiento me atormenta,
quisiera que el pronunciarte como un Dios te influenciara y obligaras a Manuel
a volver conmigo; he pecado por tu ausencia, soy impura de ser escuchada,
quítame lo feo del dolor y lo sucio del pecado. Caigo de rodillas ante ti,
incapaz de vivir en el sarcasmo de tu desamparo, apiádate de mí, llévame al
vacío para dejar de sentir, te doy mi alma, te pido que me tengas contigo, no
quiero ser indiferente ante la lealtad que me pides. ¡Creo en la resurrección
del cuerpo!, Dios inclina tu su cabeza hacia la mía, tócame con tu frente,
acaricia mis orejas y desprende de mis todos los demonios que me retienen,
quiero ser tu obsesión, deseo resucitar en tu amor.
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