El señor Zuluaga llegó temprano a la fila. Tan temprano
que apenas si recordaba haberse levantado de la cama. Le parecía que recién se
había acostado y que la noche había durado solo un parpadeo. Al llegar al lugar
encontró una hilera de personas de varios metros de longitud. La mañana estaba
brumosa, pero a pesar de la niebla que invadía todo alrededor, no se sentía el
frío. El clima estaba “neutro”- agradable- Pensó el señor Zuluaga- Lo más desagradable era esa larga fila. –No
me explico por qué habrá tanta fila siendo aún tan temprano. Ojalá que se mueva
rápido, no me gustaría pasar mucho tiempo aquí- Al ver que pasaba el tiempo y
la fila no se movía, decidió ir hasta la recepción para ver qué pasaba. Al
llegar, encontró una joven mujer que atendía uno por uno y se tardaba bastante
cotejando información en un voluminoso libro. Le pareció extraño que a estas
alturas, allí no se manejara información sistematizada. Le pidió a la joven que
si por favor lo atendía rápido, pues él no podía permitirse perder mucho
tiempo. Realmente para él “el tiempo es verdadero oro”, es decir, dinero.
Necesitaba irse rápido a atender sus
negocios. -Lo atenderé cuando llegue su turno, señor, con mucho gusto. -Pero,
es que hay mucha “gente”- Dijo el señor Zuluaga, indignándose al mirar que
había por delante de él, personas de toda clase, de aspecto humilde y de
“razas” muy variadas: indígenas, afro descendientes, mestizos. -Vea señorita,
yo no tengo tiempo que perder. Además, soy una persona muy importante. Si
quiere le doy mis datos y lo corrobora. Así salimos fácil y nos va bien a usted
y a mí ¿Me comprende? La joven lo miró y pareció no comprender sus palabras:
-¿Importante para quién? Todos los que están acá son importantes, señor. -¿Pero
es que usted no entiende o qué? Yo soy el doctor Zuluaga, hacendado,
empresario, presidente de la Asociación de Empresarios de Antioquia, dirigente
político, alcalde tres veces de mi municipio, vicepresidente de mi partido y
consejero de la gobernación. No soy cualquiera ¿entiende? -Me imagino que así
debe ser, pero usted, al igual que los demás, debe esperar su turno, señor.
Aquí, todos son iguales e importantes. El señor Zuluaga entró en cólera, le
gritó a la chica toda clase de improperios, maldijo y golpeó contra el mesón
que separaba la fila de la entrada. Todos lo miraban sorprendidos, parecían no
entender su actitud. -Total, no sé ni siquiera que hago aquí, perdiendo mi
tiempo- Salió y, en ese momento echó de ver que, efectivamente, no se acordaba
para qué había ido allí. Es más, no sabía qué lugar era ese ni para qué era la
fila. Se acercó a un señor de aspecto gentil y pelo cano: -¿Qué es este lugar y
para qué la fila? -La fila es para entrar. -¿Para entrar a dónde? -Al Cielo.
-¿Al Cielo?- El señor Zuluaga, por
primera vez desde que estaba allí, se percató de los detalles. Por entre la
bruma alcanzó a divisar un portón enorme y un letrero dorado: ¡Bienvenidos
todos mis hijos. Aquí son todos iguales!
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