viernes, 17 de marzo de 2017

Yo Voy Donde Estés

Por D.Cori

Sábado a las 4 de la tarde en estación Hospital; era el día y lugar de la consolidación de un trato. −Te traje las chocolatinas que me pediste −le dije−. Si quieres te las envío con alguien. Intente con excusas hacer que me aceptara el encargo llevado en manos de otra persona, pero, después de que me descubriera en la intensión de no querer encontrarme con él, acepté. −Iré, pero con una condición, si me llamas el día anterior a recordarme. −Está bien −dijo él. 

Se llegó viernes y no llamó. Cuando se llegaron las doce de la noche y no se pronunció por ningún medio, me acosté y agradecí el hecho de que se había olvidado. Después de hora y más de sueño placentero: un mensaje. −¡Maldita sea, se acordó!

Al día siguiente esperé media hora y no llegó, llamé como para que supiera que había ido y no contestó. −De malas −refunfuñé. Mientras me devolvía revisé mi celular y descubrí tres llamadas perdidas y un mensaje de voz que me cuestionaba sobre el lugar en donde me encontraba, me pedía disculpas y además incluía algo así como: “yo voy donde estés”. Cuando nos encontramos él me dio un abrazo muy fuerte que yo correspondí a medias. −¡Te creciste! −Me dijo. Si claro, un centímetro −bromee. −Estaba jugando un partido y no pude llegar a tiempo, quiero invitarte a comer helado, pero antes tengo que bañarme, ¿tienes tiempo? −Es mi día libre −Respondí. 

Fuimos al lugar donde vivía, entramos a su cuarto y se fue a bañar mientras yo ojeaba redes sociales. De pronto entró sin camisa y yo tomé para mis mejillas el color de un tomate, me quedé muda, disimulé y seguí mirando la pantalla del computador mientras él sonreía. Salimos por un helado que me congeló la lengua y terminé hablando raro. De regreso a la residencia donde yo vivía me dijo: −La escena que más recuerdo contigo, fue cuando estábamos en el cuarto, ese día quería besarte. Yo solo guardé silencio. Cuando llegamos, lo invité a pasar con el miedo de que la dueña no me lo permitiera y cuando entramos… −¡Doña Piedad!, traje un amigo, es la excepción−le dije, y volamos a mi cuarto. Hablamos hasta que se llegaron las doce de la noche, para despedirse me abrazó fuerte, pero yo, como siempre, no estaba preparada y después de ese día nunca más fue a donde yo estaba. 

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