viernes, 17 de marzo de 2017

Amor al Arte

Cuento participante en la categoría 150 años de historias

Por Diana Fernanda Collazos Cortes

La decisión de quedarse allí era por amor al recuerdo, mucho más que por amor al arte. En su juventud, jamás se habría imaginado terminar así. Había sido un estudiante más bien mediocre, y ahora un profesor…también mediocre. Su objetivo del día no iba más allá de cumplir con sus horas de trabajo. Quizá lo único emocionante era ser espectador de la juventud de sus estudiantes.

Como el joven de la clase de las ocho, que se sentaba siempre al lado de la misma muchacha, pero jamás se atrevía a hablarle. Como el grupo de las dos, que comían montones de gomitas para no quedarse dormidos. Como la estudiante de posgrado de los sábados, que testaruda lo había invitado a salir más de una vez. Se preguntaba, ¿cuál era el motor de esa juventud en una realidad tan desalentadora? Pues él, a esa edad, se había resignado a que no podía cambiar el mundo.

Bebió otro sorbo de su café topándose de repente con su recuerdo caminando apresuradamente por el pasillo, seguida por un grupo de estudiantes con cara de desesperados, llevando en sus labios una imperceptible sonrisa que, con el tiempo, había aprendido a reconocer. Ella lo vio sentado en la banca y lo saludó con un pequeño gesto de sus ojos; no hacía falta más.

Porque el mismo se había sentado a su lado por más de un año sin atreverse a hablarle. Porque después de un tiempo logró, gracias a algunos amigos en común, ser reconocido entre el tumulto. Porque tomó el valor para invitarla a salir cuando fue demasiado tarde. Porque aun cuando fue rechazado, su amor no murió.

Porque, tantos años después, cuando supo que ella estaba en la planta docente, decidió lanzarse al concurso profesoral. Porque le bastaba con verla pasar todos los martes a las diez por ese pasillo, que le sonriera y le dedicara un ‘buenos días’ que alimentaba su semana de pequeñas razones para seguir existiendo.

A pesar de que ahora, un brillante anillo de oro se acomodaba suavemente en el dedo anular izquierdo de ella. No importaba, porque continuaría esperándola, aunque se le fuera la vida en ello. 

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