domingo, 19 de marzo de 2017

Letras al Cubo que Marean

Por Haiver Rodolfo Rivera Rivas

La efímera imagen con la cual se topaban  mis ojos se desvanecía en razón de la velocidad con que se mueve el bus en el cual voy. Como el puesto de mi lado está vacío, una pequeña y palpitante voz se agita en mi cabeza rezando:- Quizá no se siente nadie aquí-. Así que cuando ya estaba a punto de salir de la ciudad, el bus  para y suben un pasajero y con más ahincó palpita la melódica voz hasta que la aleatoriedad de los sucesos del universo intervienen a favor de ellos y pregunta: ¿Está ocupado este puesto? – A lo que quisiera responder:- Si, está ocupado por mi comodidad-. Pero, el rescoldo de mi humanidad fraterna me obliga a decir no. Mi indiferencia al humano es grande, creo que lo he dejado de existir; bueno, sí, exagero, pero parecía que así era. Entonces enfoco mis ojos por la ventana nuevamente; trato de pensar en algo, alguna idea o suceso, pero, nada sucede; las luces racionales me abandonaron. A lo único que doy cabida es el contemplar el ocaso; el sol desapareciendo tras la montañas lejanas. Trato de verlo directamente y su resplandor me ciega y vuelvo mis ojos hacia el frente.  - Bite niet raushen- me increpa el letrero con el cual me encuentro en el respaldo de la silla de enfrente y me pongo a contar sus letras como suelo hacer cuando no hay nada que pensar.  –Diez y seis- me digo mentalmente. –diez y seis por diez y seis; doscientos cincuenta y seis- y empiezo a ver números y pongo mi atención a la operación , multiplico y sumo, sumo y multiplico, hasta que al fin en voz alta digo- cuatro mil noventa y seis-. Satisfecho, vuelvo a la realidad busiana; percibo el reclinar cuando el bus pasa por una curva apretándome contra el lado de la ventana.- Quizá que no me mareé- Me digo. Y justo, como si estas palabras fueran el conjuro para despertar  fuerzas ininteligibles del universo que convergen contra mi;  mis piernas empiezan a sentirse que desaparecen, mis manos igual, son nada; y lo único que hago es tragar saliva. Y es a tal mi desesperación que invoco  fuerzas místicas como una solución. – Dios mío - digo. Pero, mi cuerpo entero desaparece; se entumece, ese cosquilleo embarga mi cuerpo desde mis manos y piernas, y como si esto fuera un acumulamiento de fuerzas se destensan y desparecen con un estruendoso caudal a través de mi boca en forma del almuerzo de aquel día.  La siempre prevista bolsa cumple su designio.

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