La
efímera imagen con la cual se topaban mis
ojos se desvanecía en razón de la velocidad con que se mueve el bus en el cual
voy. Como el puesto de mi lado está vacío, una pequeña y palpitante voz se
agita en mi cabeza rezando:- Quizá no se siente nadie aquí-. Así que cuando ya
estaba a punto de salir de la ciudad, el bus
para y suben un pasajero y con más ahincó palpita la melódica voz hasta
que la aleatoriedad de los sucesos del universo intervienen a favor de ellos y
pregunta: ¿Está ocupado este puesto? – A lo que quisiera responder:- Si, está
ocupado por mi comodidad-. Pero, el rescoldo de mi humanidad fraterna me obliga
a decir no. Mi indiferencia al humano es grande, creo que lo he dejado de existir;
bueno, sí, exagero, pero parecía que así era. Entonces enfoco mis ojos por la
ventana nuevamente; trato de pensar en algo, alguna idea o suceso, pero, nada
sucede; las luces racionales me abandonaron. A lo único que doy cabida es el contemplar
el ocaso; el sol desapareciendo tras la montañas lejanas. Trato de verlo
directamente y su resplandor me ciega y vuelvo mis ojos hacia el frente. - Bite niet raushen- me increpa el letrero
con el cual me encuentro en el respaldo de la silla de enfrente y me pongo a
contar sus letras como suelo hacer cuando no hay nada que pensar. –Diez y seis- me digo mentalmente. –diez y
seis por diez y seis; doscientos cincuenta y seis- y empiezo a ver números y
pongo mi atención a la operación , multiplico y sumo, sumo y multiplico, hasta
que al fin en voz alta digo- cuatro mil noventa y seis-. Satisfecho, vuelvo a
la realidad busiana; percibo el reclinar cuando el bus pasa por una curva apretándome
contra el lado de la ventana.- Quizá que no me mareé- Me digo. Y justo, como si
estas palabras fueran el conjuro para despertar
fuerzas ininteligibles del universo que convergen contra mi; mis piernas empiezan a sentirse que
desaparecen, mis manos igual, son nada; y lo único que hago es tragar saliva. Y
es a tal mi desesperación que invoco
fuerzas místicas como una solución. – Dios mío - digo. Pero, mi cuerpo
entero desaparece; se entumece, ese cosquilleo embarga mi cuerpo desde mis
manos y piernas, y como si esto fuera un acumulamiento de fuerzas se destensan
y desparecen con un estruendoso caudal a través de mi boca en forma del
almuerzo de aquel día. La siempre prevista
bolsa cumple su designio.
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