viernes, 17 de marzo de 2017

Suplicio de Dragón

Por Carolina Maigual Ramos

Cuando el reloj marcaba las horas crepusculares sentada en el pórtico de su casa observando el universo caleidoscópico, con el corazón helado y esperando la muerte le era inevitable no recordar, al menos eso la mantenía cuerda, si estrechaba un poquito sus ojos y enfocaba su vista, colindante con Sirius y Orion era irremediable no encontrarlo, “Draco Magne” solían llamrlo, artífice de pasiones y desdichas. Y aun así, si cerraba sus ojos se veía a sí misma aquel día del tercer ocaso lunar cuando aturdida y enojada enrollo su largo cabello negro, enfundo la vieja espada, agarro al debilucho de Ignavus, el único que quedaba, sonrió melancólicamente, irónico nombre, su padre y sus ufanas ironías, apretó las manos en puños, pensar en su padre le desgarraba el pecho. Ajusto la silla de montar a Ignavus y partió en medio del fuego, tomo un fuerte respiro y miro atrás, sabía que sería un aliciente, ver la destrucción y desasosiego de su gente  le daría las suficientes razones para empuñar la espada.  El camino lo conocía como la palma de su mano, las exactas descripciones de Scorpius guiaban sus pasos. Rodeo el lago de Jupiter  y a dos pasos más encontró el camino de Hiems, el nudo en la estomago era cada vez más pesado, cada paso que Ignavus daba estaba mas y mas cerca de su tortuoso destino, al cruzar la cabellera de Berenice su corazón palpitante le aviso que ya era hora, desmonto a Ignavus, empuño hasta lo imposible la espada exhalo fuerte y corrió, las viejas ruinas apestaban a sangre y a muerte, salteo con sumo cuidado los charcos de viscosa soledad y evito las escaleras, eran una trampa y no caería de nuevo, ágilmente  engancho su vestido y trepo hasta la última ventana de la torre de marfil, entro sigilosamente y avanzo unos cuantos pasos, no preparada para el impacto que se llevo ahogo un grito. Enroscado y herido a través de sus escamas reptilianas, así era la imagen de Draco, su corazón se agrieto y eso le molesto de sobre manera, apretó el mango de la espada y camino hacia el, sería tan fácil, solo tendría que dar la estocada final y partiría como todo un héroe, pero presintió que las estelas ocultaban algo mas, un rugido voraz y agonizante la hizo retroceder. Vio como se removía forzosamente hasta quedar frente a ella, los segundos que sus ojos se conectaron fueron eternos, era un sentenciado mirando a su verdugo, pero aun así impasibles y arrogantes se mantenían las brillantes rendijas verdes. -valiente y astuta como la bruja que me encadeno aquí- escupió con asco - Atena y su sentido imperecedero de la justicia- replico mordazmente- se a que has venido y no lo evitare, pero antes tengo algo para ti- con su puño de acero rebusco entre sus escamas y ahí la encontró,  la leyenda era cierta, escondida entre el pecho y el abdomen faltaba una escama, su talón de Aquiles, entonces supo que ni hasta el más cruel de los monstruos estaba exento de los hilos que atan a la vida. Atontada por la veracidad de la leyenda ignoro que Draco rebuscaba entre sus escamas y  arrancaba de su pecho un arcón plateado finamente delicado rodeado de pequeños hilos de oro, adentro resguardaba algo que hasta después de muchas lunas asimilaría y que si no lo hubiese visto jamás lo creería, un corazón palpitante recubierto de una espesa capa transparente, tornasol y opaco.  Lentamente camino hasta estar peligrosamente cerca, extendió su temblorosa mano derecha y agarro la delicada caja mientras Draco la miraba expectante, empuño la espada con su mano izquierda oculta bajo el vestido y de un tajo y sin pensarlo atravesó el arcón que estallo en un millón de diminutos diamantes que se esparcieron por el suelo bañándolo de pequeñas luces brillantes que titilaban al compas del corazón agonizante. Draco cerró los ojos y se dejo llevar lentamente  por el manto oscuro de la muerte, en medio de la bruma agonizante la profecía vino a su mente, se había cumplido tal y como se había prescrito, ninguna fuerza o hecho por absurdo que fuera impediría que destajaran su corazón en todos los sentidos, y así fue, reunió sus últimas  fuerzas y enfoco la vista hacia su martirio, maquiavélicamente hermosa y con el ultimo recuerdo de unos ojos lagrimosos y una alma rota partió. 

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