Cuando el reloj marcaba las horas
crepusculares sentada en el pórtico de su casa observando el universo caleidoscópico,
con el corazón helado y esperando la muerte le era inevitable no recordar, al
menos eso la mantenía cuerda, si estrechaba un poquito sus ojos y enfocaba su
vista, colindante con Sirius y Orion era irremediable no encontrarlo, “Draco Magne” solían llamrlo, artífice de
pasiones y desdichas. Y aun así, si cerraba sus ojos se veía a sí misma aquel día
del tercer ocaso lunar cuando aturdida y enojada enrollo su largo cabello negro,
enfundo la vieja espada, agarro al debilucho de Ignavus, el único que quedaba,
sonrió melancólicamente, irónico nombre, su padre y sus ufanas ironías, apretó
las manos en puños, pensar en su padre le desgarraba el pecho. Ajusto la silla
de montar a Ignavus y partió en medio del fuego, tomo un fuerte respiro y miro
atrás, sabía que sería un aliciente, ver la destrucción y desasosiego de su
gente le daría las suficientes razones
para empuñar la espada. El camino lo conocía
como la palma de su mano, las exactas descripciones de Scorpius guiaban sus
pasos. Rodeo el lago de Jupiter y a dos
pasos más encontró el camino de Hiems, el nudo en la estomago era cada vez más
pesado, cada paso que Ignavus daba estaba mas y mas cerca de su tortuoso
destino, al cruzar la cabellera de Berenice su corazón palpitante le aviso que ya
era hora, desmonto a Ignavus, empuño hasta lo imposible la espada exhalo fuerte
y corrió, las viejas ruinas apestaban a sangre y a muerte, salteo con sumo
cuidado los charcos de viscosa soledad y evito las escaleras, eran una trampa y
no caería de nuevo, ágilmente engancho
su vestido y trepo hasta la última ventana de la torre de marfil, entro
sigilosamente y avanzo unos cuantos pasos, no preparada para el impacto que se
llevo ahogo un grito. Enroscado y herido a través de sus escamas reptilianas,
así era la imagen de Draco, su corazón se agrieto y eso le molesto de sobre
manera, apretó el mango de la espada y camino hacia el, sería tan fácil, solo
tendría que dar la estocada final y partiría como todo un héroe, pero presintió
que las estelas ocultaban algo mas, un rugido voraz y agonizante la hizo
retroceder. Vio como se removía forzosamente hasta quedar frente a ella, los
segundos que sus ojos se conectaron fueron eternos, era un sentenciado mirando
a su verdugo, pero aun así impasibles y arrogantes se mantenían las brillantes
rendijas verdes. -valiente y astuta como la bruja que me encadeno aquí- escupió
con asco - Atena y su sentido imperecedero de la justicia- replico mordazmente-
se a que has venido y no lo evitare, pero antes tengo algo para ti- con su puño
de acero rebusco entre sus escamas y ahí la encontró, la leyenda era cierta, escondida entre el
pecho y el abdomen faltaba una escama, su talón de Aquiles, entonces supo que
ni hasta el más cruel de los monstruos estaba exento de los hilos que atan a la
vida. Atontada por la veracidad de la leyenda ignoro que Draco rebuscaba entre
sus escamas y arrancaba de su pecho un arcón
plateado finamente delicado rodeado de pequeños hilos de oro, adentro
resguardaba algo que hasta después de muchas lunas asimilaría y que si no lo
hubiese visto jamás lo creería, un corazón palpitante recubierto de una espesa
capa transparente, tornasol y opaco. Lentamente
camino hasta estar peligrosamente cerca, extendió su temblorosa mano derecha y
agarro la delicada caja mientras Draco la miraba expectante, empuño la espada
con su mano izquierda oculta bajo el vestido y de un tajo y sin pensarlo atravesó
el arcón que estallo en un millón de diminutos diamantes que se esparcieron por
el suelo bañándolo de pequeñas luces brillantes que titilaban al compas del
corazón agonizante. Draco cerró los ojos y se dejo llevar lentamente por el manto oscuro de la muerte, en medio de
la bruma agonizante la profecía vino a su mente, se había cumplido tal y como
se había prescrito, ninguna fuerza o hecho por absurdo que fuera impediría que destajaran
su corazón en todos los sentidos, y así fue, reunió sus últimas fuerzas y enfoco la vista hacia su martirio,
maquiavélicamente hermosa y con el ultimo recuerdo de unos ojos lagrimosos y
una alma rota partió.
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