viernes, 17 de marzo de 2017

Mientras Llueve

Por Daniel Alzate Gutiérrez

El tiempo se la puso en las orillas. Ella, una mujer delgada, de risa larga y andar pasivo, con una calma abominable y unos pequeños pechos, con voz dulce de sirena, un pañuelo revolucionario en su pelo maltratado, un pensar espeso y contradictorio. Esa mujer, en las orillas de ese hombre, sufrió de pronto un espanto tan profundo que le sacudió la risa y la esperanza. Sospecho que aquel hombre se las tumbó de golpe. Estuvieron tan cerca antaño. Hoy solo se tienen al lado para el sexo y otras cosas menores. Ella también tumbó algunas luces del pecho de ese hombre, le robó la música y el placer de ser un náufrago del cielo en noches despejadas. Se herían tan fuertemente día a día que, en las noches, a escondidas, visitaban a médicos en el sueño para cocer las heridas que se procuraban en la vigilia. Se desangraban la vida como dos bufones de un castillo en decadencia. Una noche fría y áspera como todas, ella, temiendo recibir el primer golpe, tomó un cuchillo y mientras él de espaldas dormía, le clavo el artefacto en la espalda, tan profundo como pudo. Él, agonizando, se dio vuelta con calma, la miró tiernamente y le dijo: - Gracias amor por librarme de este espanto. Sentía con la muerte venidera que cada segundo se distanciaban vuestras almas. Y escuchó de nuevo a Beethoven y miró nuevamente las estrellas con el asombro de un niño transparente. Su alma era otra vez de viento claro. Besó por última vez a su amada. Ella sintió como ese hombre se fugaba de esta tierra, no era un cuerpo de hombre ensangrentado quien yacía en la cama, era un pasar de ave. Mientras tanto, llueve. 

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