martes, 28 de febrero de 2017

¿Quién se Quedará?

Por Itzamar Nataly Cuervo Lopez


Entra, tomate tú tiempo y siéntate en mi alfombra. Es difícil perseguirse si nadie viene detrás tuyo, así que concentrate, respira muy hondo, si quieres cuentas números o letras o cuenta con que ya no estás contigo.

Te fuiste, no me avisaste y aún sigo aquí, me estás mirando, nos reflexionamos, nos conocemos. Pero no lo suficiente. Esta vez soy otra, y entonces me confundes con tu sombra y pasas de largo. Todo lo que he escrito hasta ahora solo lo entiendo yo, pero lo escribiste tú.

Descubro que somos dos. Muy distintas, no tan distantes. Pero… ¡Ya me cansé! Sal de mi habitación, sacude la alfombra antes de irte, no quiero que te enteres que estuviste aquí.

Veo que estamos confundidas, así que quiero un trago amargo, o dos. Uno para ti, uno para mí. Nunca te extraño, por eso te escribo, para extrañarte. Ahora tú o yo. ¿Quién se quedará?, no puede haber dos cuerpos en el mismo lugar. O tal vez sí. En el mismo espejo.

La Cobija no Protege

Por Salomé García Benítez

- Ese señor seguía gritando, no sé qué decía, pero yo corrí, ¡las bolas! Yo no me iba a quedar ahí parada mientras me miraba con esos ojos perdidos, era como si el ojo derecho mirara al izquierdo…

- Ay Matilde… ¿para que se metió por esa cuadra? Usted es sino por llevarle la contraria a su mamá.

- ¡Ay no me regañe! Que igual yo ya estoy muy grande y puedo andar por donde yo quiera…

- Tenés 11 años…- la mirada de Andrea fue la misma que me daba mi mamá cuando me reprocha todo.

- Más bien deje le sigo contando. - le dije para que me dejara terminar- Entonces cuando ya empecé a ver más gente en la calle dejé de correr, pero quedé como un poquito perdida y resulta que corrí hacia la dirección contraria a mi casa, pero pues ¿Quién se iba a poner a ver para donde iba mientras ese loco gritaba cosas detrás de uno? ¡Nadie!

- Pero ¿qué le gritaba el loco ese?

- ¡Ay! una cosa que ni se le entendió, demás que estaba trabado, pero me asustó mucho ese loco todo despelucado y mugriento, además yo sola por esa cuadra…

- ¡Ay! yo creo que fue que la embrujaron.

- No, no, eso era sino la marihuana que le trabó la lengua a ese señor.

- Jmmm yo creo que eso era un brujo, porque nadie más vio a ese señor, solo usted.

- Pero eso fue porque no había nadie más para verlo…

- Vea, yo leí la última vez en internet que incluso esa gente puede embrujar con solo pensarlo, o ¿Qué cree que se la pasan haciendo todo el día?

- ¡Que no me embrujaron! –ya Andrea me desesperó- ¿Sabe qué? Ya, mejor no le vuelvo a contar nada, me voy.

- ¡Ahh bueno pues! no me haga caso si no quiere, pero después no chille.

Me desperté en mi habitación, estaba a oscuras, juro que algo me haló los pies y me despertó, los escondí bajo la cobija y me tapé la cabeza.

- Jajaja ¿por qué la gente cree que bajo la cobija uno no es capaz de espantarlos?- dijo una voz espeluznante desde la oscuridad.

Al Otro Lado del Lago

Por Nicolás Leonardo Gómez Ramírez


La cara evidentemente maquillada y su pelito ligeramente despeinado me hacen recordar toda la vida que me dio y me entrego sin a-peiron.
Salgo del esqueleto que contempla ventanas cupulares, y me siento unos pasos después con varias lágrimas en los ojos en aquel murete cómplice que bordea el lago como una presa conteniendo gotas de tristeza. La estructura me quita otro vistazo por su impresionante arquitectura, inmersa en el turbio lago. En seguida, veo cerca a la superficie pequeñas criaturas que se asoman casi reclamando comida, son peces a simple vista cientos, su habitad es el lago.
Las gotas no cesan de caer sobre las maticas casi puestas ahí como divinidad consoladora, producto de la fuerte analogía que ha creado mi propia mente en pares de segundos: La tristeza de unos, es la alegría de otros (razono) que será de Ella entonces, si todos aquí andamos llorando? Sus manitas y estomago han dejado de sentir lo irreal del paseo, para converger a la verdadera vida: “la infinidad del espíritu” (eso sí, solo para algunos religiosos). Solo entonces  aquellas gotas descritas serian de felicidad.
Quisiera entrar al lago y descubrir que existe bajo aquellas aguas turbias, donde solo veo el reflejo del cielo.
Caigo al suelo y veo como la piel empieza a sangrar, la toco, se siente diferente, no paro de retorcerme, ya no me puedo tocar, mi cuerpo es un pez. El mundo es radicalmente distinto a lo que concebía. Una vez dentro, más que turbio; claro e inmenso, lleno de dialéctica y perenne. Entonces la veo como un ser ínfimo al igual que yo y me pongo más feliz.
Mentira: la mente me ha pasado una jugada, no es infinito, no es claro o inmenso, es un lago. La jugada: por donde entra la tristeza sale la locura. Sin embargo considerado cuerdo, terrestre, y hasta ingeniero he de entender que aunque apenas pueda ver el lago hoy desde afuera, hay una realidad que existe adentro.

El Gesto del Escritor

Por David Andres Florez Betancourt


-Se me pidió diseñar un cuento corto.

- ¿Diseñar? quieres decir, redactar.

-Poe, se quedó mirando por un momento la silueta de aquel rostro que lo interrogaba desde la penumbra. Pensó en un viejo maestro de lectura e interpretación, que solía apilar en perfecto orden cronológico, sobre un gigantesco escaparate apoyado contra la pared; las obras de grandes escritores clásicos. Recordó aquella vieja recopilación con su nombre en la tapa de uno de los ostentosos volúmenes, en la que estaba contenido Ligeia sin lugar a fallo alguno de la memoria.

 Se acercó al pequeño cubo de metal en el que acumulaba trozos de papel enrollados como revistas de entretenimiento general y extrajo una hoja en particular de entre algún montón. Extendió el pedazo de papel y con tono plano, algo prepotente, leyó de un fragmento la última parte de un viejo poema: “afirman que la obra es la tragedia <˂El Hombre˃˃ y su héroe, el Gusano Conquistador.” Al terminar arrugó en sus manos el papel y lo usó para encender la estufa.

Mientras calentaba el agua para preparar el tinto de la noche, Poe abrió la vieja laptop que estaba en descanso sobre la mesa, justo al lado de un radical vaso con refresco de cola, unos audífonos, una servilleta con trazos coloridos que simulaban el antiguo logo de Randome Hause o de alguna otra compañía distribuidora de home video y un frasco de acetaminophen.

Abrió el programa de edición de formato, seleccionó la medida y la forma del plano, determinó manualmente el tema de fondo, eligió entre la lista de caracteres, encuadró la distancia entre párrafos en 1,08, trazó el tamaño de la página nuevamente un tanto descontento con la decisión anterior, montó rápidamente un fondo con pequeñas esferas de color que parecían diluirse una sobre la otra, dando continuidad a la próxima y finalmente digitó unos caracteres sobre la página. Se detuvo por un momento para extraerse los lentes del rostro, alcanzó un pañuelo de un estuche cercano y los limpió un poco mientras exclamaba- Hay gestos que se le parecen.

lunes, 27 de febrero de 2017

El Sueño de la Muerte

Por Edison David Ramirez Serna

¿Por qué ya no puedo verme en el espejo? —preguntó la mujer.

—Porque ya he dejado de soñarte  —contesto la muerte. 

La Casa no es Igual

Por Juan Sebastian Espinosa Uribe


Algo cambió… me refiero a que algo no es igual que siempre en esta casa. Puede que suene extraño pero estoy completamente convencida de que algo ha cambiado. ¿Cómo estoy tan segura? Simplemente lo sé. Nunca había conocido esta casa como ahora la conozco, nunca había percibido el mundo como ahora lo percibo y nunca había sido dueña de mí como ahora lo soy. Si, definitivamente algo cambió.
El sagrado corazón no me mira igual, no sangra igual.  No es igual y, sin embargo, es el mismo cuadro, el mismo rostro, el mismo morboso corazón sagradamente sangrante. No, él no ha cambiado, sigue siendo tan joven y bello como hace tantos siglos – Divina Juventud.
Los muebles siguen siendo tan heterogéneos como siempre.  Gracias tías cincuentonas por sus donaciones - ¡mijita pero si no tienes nada! ¿Qué esperaban encontrar en la casa de una joven recién mudada?
Permanecen las mesitas con mantelitos tejidos por mi abuela, coronadas por un florero sintético – porque hoy en día todo es así, nada es de corazón -  con flores igualmente sintéticas; el viejo televisor que nunca encendí - ¿mos? ¿Leve mareo? - cubierto de polvo y libros con cubiertas de cuerina. Los mismos cuadros de los Rolling Stones, Aerosmith y el Gran Combo; los cd, los portarretratos con fotografías de una pareja feliz, las cucharas y ollas y la siempre vacía alacena.
La forma de eLe se conserva en el apartamento – apartamento o casa, me da igual, aquí rio, aquí lloro, aquí sufro. Habitación, habitación, baño, cocina, comedor y sala de estar, puerta de entrada y biblioteca. Biblioteca, puerta de entrada, comedor y sala de estar, cocina, baño, habitación, habitación.
Paredes del mismo color blanco crema con las mismas manchas que prometí - ¿mos? – ocultar cuando se volviera a pintar; sigue la humedad enmoheciendo la esquina superior derecha de la pared frente a mí  - desde donde yo la veo ¿y desde donde la ve usted? – que hace parte del tradicional cubo que es la sala de estar y…
Una mancha.
Una mancha en la pared.
Una mancha rojiza en la pared.
Una mancha rojiza en la pared de la biblioteca.
¿Huele a hierro? Si, a eso huele,  a hierro y vegetales. ¡Estoy cocinando!   ¿Cómo se me pudo olvidar la sopa? ¡Ya sé que cambió!: ¿Dónde está el cuchillo de picar vegetales? – porque hay un cuchillo especial para cortar vegetales.
Mareo, desvanecimiento, agotamiento, me abandonan las fuerzas, la claridad y la excitación. Adiós casa que ha cambiado sin cambiar, adiós vegetales de hierro que manchan rojizamente las paredes, adiós “corta vegetales”  que yaces en su cuello.
¡Querido mío, ya he – mos – comenzado a pintar de escarlata! 

La Lluvia y la Acera

Por Santiago Albeiro Uribe Rios


Y esa noche, el joven, lleno de tristeza, ira y un sinfín de sentimientos, sintió que el resultado era correr, por lo que de un sopetón abrió ese obstáculo denominado puerta. No sacó el tiempo ni para cerrarla; apenas puso el primer pie fuera de esa caja llamada tormento, decidió largarse tan rápido como pudo. Corrió y corrió, tan lejos como pudo sin mirar atrás. Luego de unos minutos, cayó una gota de su frente, lo que lo hizo caer en cuenta y pensar un momento la situación: ¿será gota de lluvia o de sudor? Después de todo ese tiempo y no había asimilado que estaba lloviendo, así que lentamente alzó la cabeza, y sintió placer con cada gota de lluvia que le cubría el rostro; tenía la esperanza de que la lluvia borraría todos esos recuerdos y sensaciones que lo habían llevado a ese lugar.

En unos segundos, se le dibujó una sonrisa en el rostro, como si la esperanza se hubiera cumplido. De un momento a otro, sintió tan inmensa alegría, que comenzó a jugar con el agua como si fuera un niño de nuevo: se fue a la calle más cercana y comenzó a bailar bajo la armoniosa lluvia; inesperadamente, se le veía saltar en cada charco que se encontraba, añadiendo que se derrumbaba en ellos. Justo cuando se paraba, movía su pelo como si fuera un perro intentando secarse, aun sabiendo que seguía lloviendo. Parecía que se le hubiera olvidado la razón por la cual había comenzado a correr en un principio, hasta que pudo observar bien a su alrededor, y vio un punto específico que le renovó lo olvidado pero con nuevas sensaciones: estaba al frente de esa casa. Casa que todavía desconocía por dentro, pero era la casa de la fuente de su alegría.

Casa, en la que la acera lo era todo: el punto de encuentro en intimidad entre él y su amada novia. La acera se había convertido en un confidente de sus más profundos secretos y experiencias. Y con esos recuerdos y sensaciones a flor de piel, decidió enfrentar sus miedos y preocupaciones, y se acercó a la casa.

Para su suerte, ella se encontraba en la acera ahogando sus penas en la lluvia, y él solo pudo observarla. Cuando ella notó su presencia, mantuvieron una mirada fija y penetrante, donde juntos contemplaron la bóveda celeste que se marcaba en cada uno de sus ojos, y fueron testigos de la supernova que ocupó el espacio de sus labios. Y en esa noche, la más perfecta de todas, hubo solo 2 cómplices: la lluvia y la acera. 


viernes, 24 de febrero de 2017

The Lady Dog

Cuento participante en la Categoría Idiomas

Por Juan Vasquez

In a hidden place of the world there was a dog that didn’t belong. This dog was a lonely one because it couldn´t help to bite people every time that was willing to interact with them, and so people were afraid of it. The dog didn´t bite because it was a bad dog, but because it was its own very nature. The dog was always trying to find a way to interact with people and to be accepted and to be loved, and to accept and to love. Certain day, the dog crossed its way with the witch of the roads, a witch who can grant any wish if you desire it with determination. Taking the chance, the dog approached the witch and wished for a change to be able to interact with others. Then, the witch used an ancient spell transforming the dog into a beautiful lady; so beautiful that, when anyone would see her, they wouldn´t be able to refrain from a reaction that reminds of a bark: ¨Wow wow wow!” In that way, thought the witch, the dog would be accepted and loved, and would be able to accept and to love.
With her new form and beauty, the lady dog was approached by many. Still, the lady dog found that it was difficult for her to feel accepted and loved. Ironically, her beauty was scaring others. The lady dog learned then that people can experience other feelings related with fear; like envy, shyness and even anger. Despite of that, some few brave people dared, inspired by her beauty and the mystery in her animal-like behavior, to get close to her. Little by little, she learned to accept and to love, and in some occasions she felt loved and accepted, and those were experiences that she would treasure forever, giving her strength to bear with all the deep suffering of beauty. The nature of the lady dog never changed. She continued biting all the people she cared about. Because of that, some people will claim she is crazy and other people will not stand her for long. People just can´t understand the magnificence of such miracle as a Lady dog! This fact kept the sensation of not belonging inside the lady dog and thanks to that she developed a fixation for traveling, going from one place to another, meeting different people, playing and struggling with the difficult dynamics of loving and accepting, the comes and goes… studying the wind. 
Due to her constant traveling, people has lost track of her. Some say that she became a dog again, others say that she met a pack of people-dog and stayed with them, but as far as this writer knows, she can still be seen around, camouflaged among people, and just few lucky of them get to know her real nature. If you pay attention you would be able to identify her; is the lady who, when she passes by, makes people bark.  

Sugestion

Por Claudia Marcela Becerra Rativa 


Me encontraba en la universidad, cuando me saluda Frito, un llevado de la vida y la droga. Empieza a caminar conmigo, sin decir palabra coloca en mi mano, dos pastillas redondas, blancas, pequeñas en una bolsa resellable. Luego me dice: “Es el mejor alucinógeno que tengo”. Las miro, lo pienso y repienso en mi cabeza, me devuelvo para dárselas; pero el Frito ya no está ahí. Estoy aquí en medio del pasillo, mirando fijamente mi mano, concentrándome como si en ella estuviera el secreto del universo. Guardo la bolsita en mi maleta, camino a clase y la siento como si pesara una tonelada. Trato de no pensar en ella, sigue caminando. Que estupidez es solo una bolsa, con dos pastillas que ahí sobre la mesa no van a hacer nada, tal vez si en la mesa no hacen nada, ¿fuera de la bolsa tampoco hacen ningún mal… cierto?

Tomo una y siento como baja por mi garganta, seguido de un escalofrío en mis costillas por el agua fría con la que la tome. Me recuesto sobre mi cama y miro al cielo; si es un alucinógeno, el viaje debe ser profundo, no sé, no siento que funcione. Esperen, mi cuerpo se relaja, se afloja, me hundo en el colchón, soy una gran nube de esponja, veo estrellas en el cielo, ¿el cielo?, ¡no puede ser me han robado el techo! Miro como mis pies se hacen más pequeños y estiro mis brazos, y me hundo, me hago agua y me dejo llevar por el rio que corre debajo de mí. Floto y ya no soy más agua, me encuentro con mi mano, y descubro que hay otra igual a esta mano, justo al otro lado, empiezo a ondear, y en cada vaivén se me cae el cabello, las cejas, el vello púbico, todo se va dejándome libre. Mis dientes no tardan en irse tras de ellos, junto con mis uñas. Cada cosa innecesaria se va y quedo libre, y espesa me siento jalea. Y de repente ya nada existe.

No lo puedo creer, me repito caminando hacia la universidad, intento recordar que paso anoche, me borraron el disco duro, no recuerdo, solo desperté y era martes. Me encuentro con Frito, que hoy no está elevado, y solo es Juan. Se extraña al verme caminar hacia él, lo veo a los ojos y le digo: “Tiene razón es el mejor alucinógeno que existe”, su mirada de confusión crece, saco la bolsita con la pastilla que queda y se la entregó. “Me dio ayer esa droga”. Me mira a mí, y a la bolsa, se echa a reír y me dice: “Esto solo es acetaminofén”, yo no quiero creer lo que oigo. “Es acetaminofén, es mío y creo que en la traba de ayer te lo di, y pues… bueno agradécele tu viaje a tu propia sugestión”.

Palabras

Por Freddy Bolanos Martinez

La palabra es complicada señor, no vaya usted a creer. Piense en toda esa gente que estudia años y años para aprenderla, y así y todo se equivoca. Tan difícil que es poner las palabras en el orden que es, con la intención propicia, en el momento oportuno… Si no me cree, pregúntele a un enamorado, a un político, a un deudor moroso, o a un estudiante que sale a hacer una exposición. Si eso de la palabra fuera sencillo, valiente gracia: Todos seríamos poetas, cronistas, escritores. Pero no es lo es, no señor.

Lo peor de la palabra, es que es traidora la desgraciada. Usted de pronto le pone empeño, estudia, piensa bien en como componerla, y a pesar del esfuerzo, la infeliz sale y hasta se le puede volver en contra. La miserable no sabe de lealtades: Va y le dice a los demás lo que a ella le da la gana. ¿Cuántas guerras y rencillas se hubieran podido evitar si la palabra hubiera permanecido fiel al que la pronunciaba? Pero el problema es que la palabra, una vez dicha, no es de nadie. Ella va y viene, caprichosa y sin consideraciones. Por eso es que a veces algunos creen entender en ella tantas verdades, y otros simplemente la dejan pasar como si no dijera nada. 

La palabra es veleidosa, desatenta, descuidada, beligerante, difusa, traicionera, irreversible, despótica e irrefutable. Pero sobre todo señor, la palabra es valiosa. ¿Cuánto vale una palabra correcta a tiempo? ¿Cuánto le han costado al mundo las palabras mal dichas o mal recibidas? 

Algún día, alguien, en alguna parte, va a pronunciar las palabras más bonitas que se hayan escuchado jamás. En alguna otra ocasión, alguien inventará las palabras para curar el cáncer, o lograr la paz mundial. ¿Qué no daría cualquier persona por conocer esas palabras ya mismo? ¿Qué no daría cualquiera por escuchar las palabras que lo saquen de un problema, que atraigan el amor deseado, o que le ayuden en su carrera? 

La palabra vale mucho, sí señor. Por eso es que le digo: Fueron tres minutos, me debe seiscientos pesitos por la llamada... 

Metacuento

Por Carmen Lidia Borges Hernandez

Érase una vez una chica que quería ganar un concurso de cuentos. Nuestra protagonista era tan literal como los entrecruzamientos de sus pestañas, y como no sabía sobre qué escribir, escribió sobre el propio cuento.

La chica presentó su historia al concurso con la esperanza de ganarlo, vivir feliz y comer perdiz. Pero lo cierto es que tú, que estás leyendo esto, eres quien decide el final.

jueves, 23 de febrero de 2017

Un Sueño

Por Sonia Milena Cano Alcalá

Este era uno de esos sueños donde, desde el principio, te das cuenta de que estás en uno. Me encontraba en la esquina de una calle sin pavimentar. Había pocas nubes en el cielo y estaba atardeciendo. El lugar me era conocido y, al otro lado, sentada en el borde de la acera, estaba una niña. Llevaba un vestido largo sin mangas, de color piel hasta la cintura y azul con flores blancas hasta terminar. Su cabello rizado llegaba hasta la altura de sus hombros, y con los rayos del sol del atardecer parecía dorado y rojizo. Su piel era blanca y sus ojos, enfocados en ningún lugar, eran algunas veces verdes, otras miel. Se veía muy bonita. De inmediato la reconocí y, por alguna razón, sabía que ella no tenía idea de quién era yo. Me acerqué despacio. Tenía una expresión de fastidio y yo sabía muy bien porqué. Reí para mis adentros y no pude evitar esbozar una sonrisa. — “Hola, ¿Cómo estás?” — Saludé. Ella levantó la cabeza y me miró. —“Hola. Bien.” —Respondió tímidamente. —“¿No tienes calor?” —Pregunté mirando su cabello. —“Sí, tengo calor.” —Volvió a poner cara de fastidio. Apartó el cabello de su cuello y volví a sonreír. —“Tu cabello es bonito.” —Sabía lo que vendría ahora... —“No me gusta llevar el cabello suelto...” —“Da mucho calor, ¿Cierto?” —Ella asintió con la cabeza mirándome fijamente. —“Tu vestido es muy lindo, ¿Te lo hizo tu mamá?” —Señalé. —“Gracias. No, me lo hizo mi abuela. Pero no me gustan los vestidos.” —“¿En serio? ¿Por qué?” —Era divertido. —“Me dan calor.” —“¿Y qué haces aquí?” —“Estoy esperando a alguien.” —Esa persona se acercó a ella en ese momento. Había ido a buscarla, tal vez para salir a algún lugar juntas. No parecía ser su madre y se me hizo raro verla con esa persona, pero no hice preguntas. Por alguna razón esa persona me conocía aunque yo no la recordara en absoluto. —“Ella es una amiga.” —Le dijo a la niña ahora junto a ella. —“Ve y salúdala.” —La niña asintió. Luego se giró y comenzó a caminar hacia mí con sus zapatitos negros. Me agaché a su altura y le abracé, sosteniéndole por su espalda y cintura mientras ella colocaba sus brazos alrededor de mi cuello. Estaba feliz, no quería soltarla. A pesar de que ella no sabía quién era yo, sentía que, de alguna forma, me aceptaba. Abrazaba a la persona en la que nos habíamos convertido. No me tenía miedo, tampoco hizo ningún gesto de desagrado. Sólo eran las expresiones de una niña tímida. Me costó un enorme esfuerzo soltarla. No quería que el sueño terminara. Ella se separó y me sonrió para luego caminar de vuelta al lado de aquella señora. Yo me quedé de pie en el mismo lugar. Ambas comenzaron a caminar, la niña se volvió para despedirse de mí con la mano y yo le devolví el gesto.

Entonces desperté.

Mi lugar Favorito

Por Daniela Molina Franco

Esa sensación de gozo al llegar al bosque luego de subir la empinada colina con el inclemente sol que hacía, la diferencia de temperaturas al llegar me hacía amar más aquel lugar, todo allí estaba en total armonía. Comencé a caminar por el bosque adentrándome de a poco, el monte se iba tornando cada vez más denso y la fiesta que tenían las aves, era respondida con la algarabía de otros animales, aquello era todo un espectáculo. Me quedaba claro que este lugar estaba mágicamente incomunicado, lo que me hizo sentir realmente feliz y privilegiada.

Luego de caminar entre la hojarasca y las hileras de caminos de las hormigas arrieras los bejucos y las ramas, encontré en medio del bosque un pequeño claro en el que entraba un resplandeciente rayo de luz que hacía que aquel lugar brillara.

Se notaba que hacía poco tiempo las lluvias y los fuertes vientos, habían derrumbado un portentoso gigante de los que allí estaba. Estando allí, hallé un lugar perfecto para acomodarme, saque de mi mochila una manta, la tendí sobre el suelo y me acosté sobre ella. La luz solar que lograba colarse por entre las hojas de los arboles creaba un microclima delicioso que establecía un ambiente encantador.

En el lugar había arboles altos, medianos y bajos, con hojas de todos los tamaños, formas y colores que variaban entre especies, flores y frutos de todos los colores, todos con una belleza y una elegancia inigualable. El contraste de las copas de los árboles y el azul del cielo me sedujo y el ver como pasaban las blancas nubes y tan cerca de ellas esas descomunales aves con aquel fastuoso tararear, me hacían creer que me encontraba en un hermoso sueño.

 Aun allí, tendida en medio del bosque cerré mis ojos y escuche el viento pasar por entre las hojas de los árboles, el canto de algunas aves, el alboroto de los monos, el croar de las ranas, el agua corriendo en algún arroyuelo cerca, el golpeteo de un pájaro carpintero en un árbol próximo, el crujido de alguna rama, el chillar de las cigarras, el aleteo de algún ave de gran porte. Sentía una vasta alegría, aquel lugar era excepcional y yo era una mujer afortunada, mi desmesurada satisfacción me hizo entender sin más ni menos que me encontraba en mi lugar favorito.

S.O.S Venezuela

Por Juan Fernando Franco Uribe 

Desesperado con la situación, un ciudadano de Caracas se declara en emergencia y en una reacción vandálica, garrapatea con spray blanco un gran S.O.S VENEZUELA, en el costado de un carro gringo de la CNN.
El Presidente Maduro que visitaba un inmueble expropiado en la Plaza de Bolívar, en pleno centro de Caracas, tuvo la oportunidad de leer el mensaje y con arrebato y gran complacencia, aplaudió el atrevimiento, tomando para sí las cámaras de televisión que transmitían en directo.
-Se les va a salir la baba a los anclas de CNN cuando vean esto –señaló para los televidentes, con gozo maligno. Luego, leyó: “Sos Venezuela”.  Hizo un gesto de negación con la cabeza y de nuevo frente a las cámaras agregó: “-¿ah? Yo te diría, fascista, vos no sos Venezuela, vos sos gringo, en tu mente, en tu maldad”. (Sic)*.
El periodista que transmitía la nota en directo para toda la nación, le hizo apresuradas señas para que se interrumpiera.
-¿Qué pasa? –preguntó fuera de cámaras.
-Que esa frase –respondió señalando el carro- no quiere decir que ese vehículo gringo es de Venezuela, es una señal de auxilio, un S.O.S.
-¡Carajo! –Exclamó el Presidente -¡Es una señal de auxilio! ¡Carajo!- repitió mordiéndose el labio inferior.
El anónimo ciudadano, el autor del grafiti, que seguía la televisión desde su posición en una fila interminable para comprar arroz, experimentó, primero gran complacencia por el registro inaudito de su escrito, nada más ni nada menos que por parte del mismísimo Presidente, y después una gran decepción porque se dio cuenta que el mandatario, una vez más y como siempre, había confundido la mierda con la pomada. Vuelto a la realidad de su interminable fila oteó hacia adelante y volvió a sentir desespero porque en mucho rato no se había movido ni un milímetro de segundo.


* Noticias RCN Febrero 27 de 2014, 4:58 pm

martes, 21 de febrero de 2017

A un Metro de Distancia

Por Juan Felipe Zuluaga Malagon

Pese a todo el ruido entre sus sienes, los días de encierro, entre pronósticos suyos de futuro cercado y, en fin, la acompasada rutina de autocastigo del neurótico, comenzó a escribir. No eran frases coherentes o sucesos anecdóticos. Esa verborrea discurría a chorros rabiosos de tinta azul, entre hojas cuadriculadas, borrones y manchas de los dedos. Los paisajes prosaicos proyectados en el lente de sus gafas de marco grueso, y en el que figuraban olores y formas aleatorias, circulaban distraídamente entorno suyo, sólo reteniéndolas en sus papeles. Sus ojos se movían compulsivamente entre la muchedumbre de la estación, sus pasos entre ella y su caligrafía afanada pero decorosa. Dentro del tren, paró, al verse envuelto en una marejada. Dos estaciones después, el metro se desocupó, pudo sentarse y reanudar. Las imágenes que captó mientras estaba apretujado se deslizaron abyectamente de la tinta a la hoja, bailando con un ritmo íntimo, al vaivén del pulso de la mano. La visión había resumido, tergiversado, descubierto, inventado por demás un mundo cotidiano, de violencia cotidiana. La soledad de la miseria amontonada alrededor de las vías del tren, el río-cloaca a un lado, la pugna entre el ruido discorde y la voz femenina pregrabada que indicaba cualquier detalle sin importancia en dos idiomas. Los ojos mirando entre nubes y polvo. Se divisaban a través de los cristales las tumultuosas montañas contorneadas por una bruma sutil, que garabateaba difusas alteraciones en sus formas, mientras se alejaban con el sol naranja del atardecer. Eso era lo que mascullaba en su abismo de cavilaciones, pero a su vez le inquietaba su despreocupación por su destino, en lo que seguiría tras la última línea, la última estación. No determinaba sus motivos. Se comenzó a sabotear a sí mismo, al descubrir los cordones desamarrados de un zapato, al ver su fea letra gastándose una broma de ideas estúpidas, su reflejo deshecho en la ventana, el aislamiento merecido de millones de seres humanos…Huía, sin duda, mucho antes de escabullirse entre sus propios vericuetos, saltar la tapia de su cabeza y de su casa, ciego de orientaciones prácticas o filosóficas, tomar una ruta inusual, caminar al metro, pero llegar a una estación más lejana de la habitual. Era inevitable caer en el lugar común del hastío, nadie está a salvo. Lo contuvo cierto miedo ante el pudor de escribir en tercera persona, a esa mirada furtiva anónima que espiara su locura. Volviendo a su casa, en el mismo tren con el que había atravesado el valle, percibía a la gente, en su mayoría solitaria, entrecruzando miradas expresivas, pero sin ninguna intención aparente de comunicar algo. Tal vez oían igualmente el barullo interno como música de clarinete o un punk arrancado a patadas de una noche en la calle. Sus presencias irrumpían y corrompían el sonido natural del caos. Esta ciudad ocultaba su reflejo en la luna. 

De Papel

Por Cristian David Mazo Munoz

Llovía un mar sobre la oscura inmensa nada. Gota a gota contempló cómo su barco se llenaba con la certeza de que debió haber estado hecho de madera en lugar de papel. Y paciente como nunca, esperó complacido de haber elegido el tono correcto de azul; lamentando únicamente que a donde iba no había luna.

Rodeado de azul infinito y empapado hasta los huesos del silencio profundo, no quiso hacer más que esperar a que su barco encallara en el centro del mundo. Aunque su mundo se había quedado a flote.

En el fondo, donde la lluvia caía desde abajo, donde mil estrellas tímidas le aguardaban impacientes, se sintió perdido. Y decidió dejar de buscar.

Flashback

Por David Gallego Torres

Ella soñaba con alcanzar el amor, lo que no sabía, era que ese amor soñaba con ella también. Soñaban con conocerse y en sus pensamientos siempre se fundían en un beso que los completaba y los vitalizaba. 

Una mañana despertaron, atrapados por las sábanas y sumergidos en un abrazo, apreciaron un sol tímido que a hurtadillas por la ventana se colaba, develando esos ojos en los que siempre se quisieron reflejar. No entendían, ni cómo, ni cuando habían llegado a ese momento, aún así, nada querían cambiar, simplemente disfrutar por una vida más, la felicidad de volverse a encontrar. 

El Reloj de Péndulo

Por Luisa Montoya Garcia


Un fuerte grito de ayuda hizo que me sobresaltara del sillón. Aún alterado, miré a mi alrededor intentando reconocer mi lugar; la televisión estaba encendida. Recordé entonces que el cansancio debió vencerme mientras salteaba entre los canales. Posiblemente de ahí vino tan estruendoso grito, pero no estaba seguro, aún no me acostumbraba a esta vieja casa. Apagué la televisión. Un tictac era ahora lo único que rompía el silencio. Aquel gran reloj de madera de unos dos metros de alto, cuyo péndulo dibujaba un suave y lento vaivén, con sus grandes números romanos que por alguna extraña razón me parecían siniestros, marcaba cerca de las 2:30 a.m.

Un viento helado recorrió toda mi espalda haciéndome estremecer. Me levanté del sillón. Una fuerte ráfaga había abierto la ventana, corrí las cortinas que se movían sin cesar por el viento y la cerré.  Algo me dejó inmóvil y con los ojos tan abiertos como platos: una silueta de un niño se reflejaba en el vidrio. Estaba detrás de mí.

Le ordenaba a mi cuerpo que se diera la vuelta pero no respondía. Lo único que se me ocurrió fue cerrar fuertemente los ojos y esperar a que se fuera. El miedo me empezó a invadir. Desde que me mudé a la ciudad no había logrado empatizar con nadie y tampoco tenía familiares aquí con quién pudiera quedarme mientras conseguía otro lugar. Esta casa me sacaba de casillas, o quizás estaba loco y la soledad y el estrés me ocasionaban estas visiones. Abrí los ojos, ya no estaba allí. ¿Acaso se había ido? Aún frente a la ventana, vi mi auto estacionado, justo como lo había dejado pero… sus farolas se encendieron de repente. Sentí un impulso por ir a revisar: tomé mi abrigo y salí. Al llegar al auto intenté abrir la puerta del conductor; no abría, no tenía el seguro puesto, algo entonces la estaba sujetando del otro lado. Halé con más fuerza pero la figura de un niño se estampó sobre el vidrio: unos secos y finos labios dibujaban una funesta sonrisa en una cara pálida y ojerosa. Creo que mi corazón se detuvo, pero mi cerebro por defensa le ordenó a mis piernas alejarse a zancadas. Caí de rodillas en la acera, me levanté y corrí hasta el final del andén. Me alejé de la casa, no volvería a poner un pie allí. Por última vez miré hacia atrás, no solo podía escuchar mis acelerados latidos sino también el sonido de las fuertes campanadas del reloj que marcaban las 3 a.m. 

lunes, 20 de febrero de 2017

El Último Robo

Por Jorge Luis Velez Agudelo

El último robo Esa noche parecía ser la última.

Carlos, un joven estudiante universitario caminaba por una amplia y solitaria calle en el centro occidente de la ciudad de Medellín. Solo se había tomado una par de cervezas, después de un largo y pesado viernes.

Su paso era lento, su cuerpo se notaba ligeramente encorvado y entre sus dedos se consumía un amarillento cigarrillo sin filtro.

 Después de caminar un par de cuadras, notó una sombra, alguien caminaba atrás suyo y se encontraba bastante cerca. Su cuerpo sintió un fuerte escalofrío, se sentía cansado para correr o para confrontar, inclusive para pedir ayuda, ya había perdido la cuenta de las veces que le habían robado sus miserables pertenencias.

Acelerar el pasó, para alejarse del sujeto que le perseguía, sería su estrategia; era una situación extraña, ya que el merodeador no demoró en acercarse de nuevo a él, estando por segunda vez bastante cerca.

Carlos, harto de la situación, volteó su cuerpo para encarar al sospechoso; hubo sorpresa y una gran porción de ridiculez. No había nadie, la sombra del sospechoso era su misma sombra, el alumbrado público le jugó una mala pasada, la confusión y el citadino miedo de la oscura calle le robaron algo que nunca se imaginaría: su sombra.

El País de las Contradicciones

Cuento participante en la categoría 150 años de historias

Por Juan David Salas Camargo


Era 1867, Bogotá, época de las contradicciones y la violencia. ¿Cuándo Colombia ha dejado de ser un país violento? Se pregunta el pueblo.  Y esta es una historia de tantas, uno de tantos casos particulares, en los que Colombia intento por un día dejar la Violencia. Nos referimos a la creación de la Universidad Nacional de Colombia. Haya en el año 1867 mediante la ley 66. Momento crucial para la Historia de Colombia. Pues a partir de esta fecha, se dividió el pasado y la modernidad. Se aceptaron las ideas extranjeras, se empezó a deslumbrar la salida de la tradición, en la prensa y los medios, se habló del inicio del progreso, se pensó que Colombia entraría en una época nueva, pues la Universidad era sinónimo de modernidad.


Y que equivocados estaban pues en poco tiempo el humo de los fusiles, de los saqueos, el replicar de las campanas, ensombreció la identidad de la universidad nacional poco a poco se fue nublando el nombre de la universidad, poco a poco se fue configurando una nueva etapa. Nuevos profesores entre los que esta Miguel Antonio Caro, buscaron la formación de un grupo católico de pensamiento radical, se pensó en convertir a los estudiantes en Monjes y en darle cátedras de latín, la tradición como una “mala hierba” se tomó la institución y en poco tiempo, siendo 1886, el año de la nueva constitución, la universidad quedo en el vacío momentáneo, sus aulas dejaron de servir a la innovación, sus aulas dejaron de escuchar a los ilustrados, los dedos suplicantes de sus estudiantes solo atinaban a escribir una cosa “que bello fue pensarse la universidad” y aun hoy dicen los que saben, que la Universidad no ha  salido de su estado de idea, pues  aunque exista como espacio físico… sus influencias han sido muy efímeras y en sus aires aún se respira el tradicional “individualismo” el tradicional “conservadurismo”, aun hoy la universidad no es una realidad. Mucho peor a su alrededor se han construido muros y en sus entradas se han puesto requisitos de entrada, parece que la Universidad vuelve a una época negra en que se vuelve un lugar para formar técnicos preocupados por formular y no profesionales preocupados por la sociedad. Parece que nuestra Universidad también es una de tantas contradicciones.

El Primer Te Quiero


Por Johanna Marcela Osorio Bermúdez


Ella cada noche al despedirse se amarraba la lengua y los dedos para no dejarlo salir; a veces, tenía que hacer tanta fuerza por retenerlo que terminaba exhausta y caía rendida en su cama.

Era un te quiero que iba creciendo en su garganta y cada día era más y más grande, había salido de su pecho con ganas de lanzarse al aire en forma de palabra, pero ella lo tenía retenido y secuestrado, al punto tal, que ya ni hablar, ni comer podía por ese te quiero atorado.

Cierta noche, ese Te quiero rebelde, urgido de libertad se deslizó por sus brazos y salió por sus dedos escribiendole "Te quiero flaco".

El Castigo

Por Ramiro De Jesus Restrepo Uribe

Para Franc Lucas

La chica tenía un pecho esbelto cubierto con una blusa blanca transparente y escotada, que dejaba resaltar sus pezones rosados. Propuso jugar a sostener la mirada. Franc aceptó, pero no resistió y sus ojos se posaron en esos bellos pezones.

-Perdí, ¿cuál es mi castigo, mujer?-se resignó a decir-.


-Quédate mirándome toda la vida-le respondió ella, sonrojada-.

Gracias Mamá

Por Sebastian Martinez Arango

La vi, tan hermosa como siempre. El ser que más he amado y a la vez el que más daño me ha hecho. Estaba ahí, esperando la muerte, mi mamá se moría y yo no podía evitarlo ¿A quién llamar? Ya para que, es la hora. Me acerqué lentamente mientras mis ojos se inundaban en lágrimas tímidas y pesadas, tomé su mano y la besé, la besé mientras palpitaba. Me incliné para estar más cerca, cuando se percató de mi presencia me sonrió como siempre, yo, temblando, le dije valientemente:

¿Cuándo te vas a morir para matarme? Te amo. La hermosa vida que me diste me amarra con cadenas invisibles de miedo y curiosidad que no me dejan caminar hacia la muerte. Yo no la quería, pero tu descarada generosidad es la mayor muestra de tu gran corazón y estoy agradecido de que me hicieses tu hijo. En unos minutos, cuando te hayas ido, estaré solo. Debiste pensar en eso. La mayor crueldad que he conocido es que me hayas permitido compartir contigo tantos años para que, después de haber crecido, me dé cuenta que tu amor no es inmortal, sin embargo, te perdono.

Mirándome con su típica mirada, esa de ternura y comprensión que no volvería a ver, acercó mi mano a su rostro y la besó. Luego, cerró los ojos y nunca más los abrió. Y ahí me quedé llorando sin saber qué hacer, y aquí estoy sonriendo sin saber qué hacer.

Aguantando Hambre


Por Leodan Andres Otaya Burbano

Roberto no tenía ningún peso en su bolsillo a la llegada del fin de mes, y el giro que mensualmente le hacía su mamá estaba tardando más de lo esperado. Los estudios en la Universidad eran muy exigentes y no dejaban tiempo a Roberto para que trabajara con el fin de tener algo de dinero para satisfacer algunas necesidades, por ello dependía totalmente de su madre, que desde un pueblo lejano le enviaba la plata para sus gastos.

Pasó un día y nada que llegaba el dinero, pasó otro día y tampoco, Roberto sólo tomaba agua del grifo para espantar su hambre terrible. Al segundo día de no comer nada empezó a experimentar los efectos terribles de la hambruna: se le nubló la vista, le daban mareos, temblaba, se le entumecían sus brazos y sus piernas, su estómago no paraba de crujir, sentía arder su cuerpo, estaba desesperado. Por primera y única vez experimentó lo terrible que era aguantar tanta hambre, ahí comprendió lo que pueden sentir aquellos seres pobres, que viven del rebusque, sin ingresos fijos. Así vivió en carne propia lo que es sufrir de verdad por un pedazo de pan.

Al tercer día de la hambruna al fin llegó el dinero, Roberto fue al Banco, retiró la plata y lo primero que hizo fue llamar a su madre y agradecerle enormemente por sus sacrificios hechos con el fin de que su hijo estudiara y fuera alguien en la vida. Buscó un restaurante y se comió un suculento desayuno, que le cayó como el maná del cielo, ya que su cuerpo no daba más, y el desespero lo abrumaba.

De ahí en adelante Roberto apreció cada plato de comida como si fuera oro, y rezaba diariamente para que nunca le fuera a faltar de nuevo el alimento diario. Vivió en carne propia lo que a muchos seres humanos les pasaba cada día, y sintió lástima por ellos.


Así es que amigo valore la comida como debe ser, no sea remilgado, no haga mala cara cuando tenga un plato servido con el cariño que la gente le brinda, más bien agradezca a Dios por tener algo que echarle al estómago todos los días, porque si no sólo cuando tenga que aguantar hambre de verdad verdad sabrá lo que realmente vale la comida.