viernes, 24 de febrero de 2017

Sugestion

Por Claudia Marcela Becerra Rativa 


Me encontraba en la universidad, cuando me saluda Frito, un llevado de la vida y la droga. Empieza a caminar conmigo, sin decir palabra coloca en mi mano, dos pastillas redondas, blancas, pequeñas en una bolsa resellable. Luego me dice: “Es el mejor alucinógeno que tengo”. Las miro, lo pienso y repienso en mi cabeza, me devuelvo para dárselas; pero el Frito ya no está ahí. Estoy aquí en medio del pasillo, mirando fijamente mi mano, concentrándome como si en ella estuviera el secreto del universo. Guardo la bolsita en mi maleta, camino a clase y la siento como si pesara una tonelada. Trato de no pensar en ella, sigue caminando. Que estupidez es solo una bolsa, con dos pastillas que ahí sobre la mesa no van a hacer nada, tal vez si en la mesa no hacen nada, ¿fuera de la bolsa tampoco hacen ningún mal… cierto?

Tomo una y siento como baja por mi garganta, seguido de un escalofrío en mis costillas por el agua fría con la que la tome. Me recuesto sobre mi cama y miro al cielo; si es un alucinógeno, el viaje debe ser profundo, no sé, no siento que funcione. Esperen, mi cuerpo se relaja, se afloja, me hundo en el colchón, soy una gran nube de esponja, veo estrellas en el cielo, ¿el cielo?, ¡no puede ser me han robado el techo! Miro como mis pies se hacen más pequeños y estiro mis brazos, y me hundo, me hago agua y me dejo llevar por el rio que corre debajo de mí. Floto y ya no soy más agua, me encuentro con mi mano, y descubro que hay otra igual a esta mano, justo al otro lado, empiezo a ondear, y en cada vaivén se me cae el cabello, las cejas, el vello púbico, todo se va dejándome libre. Mis dientes no tardan en irse tras de ellos, junto con mis uñas. Cada cosa innecesaria se va y quedo libre, y espesa me siento jalea. Y de repente ya nada existe.

No lo puedo creer, me repito caminando hacia la universidad, intento recordar que paso anoche, me borraron el disco duro, no recuerdo, solo desperté y era martes. Me encuentro con Frito, que hoy no está elevado, y solo es Juan. Se extraña al verme caminar hacia él, lo veo a los ojos y le digo: “Tiene razón es el mejor alucinógeno que existe”, su mirada de confusión crece, saco la bolsita con la pastilla que queda y se la entregó. “Me dio ayer esa droga”. Me mira a mí, y a la bolsa, se echa a reír y me dice: “Esto solo es acetaminofén”, yo no quiero creer lo que oigo. “Es acetaminofén, es mío y creo que en la traba de ayer te lo di, y pues… bueno agradécele tu viaje a tu propia sugestión”.

1 comentario:

  1. Wow! Leyendo este cuento viví en carne propia el efecto del alucinógeno más fuerte del mundo ¡la sugestión!
    Genial este cuento.

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