Me
encontraba en la universidad, cuando me saluda Frito, un llevado de la vida y
la droga. Empieza a caminar conmigo, sin decir palabra coloca en mi mano, dos
pastillas redondas, blancas, pequeñas en una bolsa resellable. Luego me dice:
“Es el mejor alucinógeno que tengo”. Las miro, lo pienso y repienso en mi
cabeza, me devuelvo para dárselas; pero el Frito ya no está ahí. Estoy aquí en
medio del pasillo, mirando fijamente mi mano, concentrándome como si en ella
estuviera el secreto del universo. Guardo la bolsita en mi maleta, camino a
clase y la siento como si pesara una tonelada. Trato de no pensar en ella,
sigue caminando. Que estupidez es solo una bolsa, con dos pastillas que ahí
sobre la mesa no van a hacer nada, tal vez si en la mesa no hacen nada, ¿fuera
de la bolsa tampoco hacen ningún mal… cierto?
Tomo
una y siento como baja por mi garganta, seguido de un escalofrío en mis
costillas por el agua fría con la que la tome. Me recuesto sobre mi cama y miro
al cielo; si es un alucinógeno, el viaje debe ser profundo, no sé, no siento
que funcione. Esperen, mi cuerpo se relaja, se afloja, me hundo en el colchón,
soy una gran nube de esponja, veo estrellas en el cielo, ¿el cielo?, ¡no puede
ser me han robado el techo! Miro como mis pies se hacen más pequeños y estiro
mis brazos, y me hundo, me hago agua y me dejo llevar por el rio que corre
debajo de mí. Floto y ya no soy más agua, me encuentro con mi mano, y descubro
que hay otra igual a esta mano, justo al otro lado, empiezo a ondear, y en cada
vaivén se me cae el cabello, las cejas, el vello púbico, todo se va dejándome
libre. Mis dientes no tardan en irse tras de ellos, junto con mis uñas. Cada
cosa innecesaria se va y quedo libre, y espesa me siento jalea. Y de repente ya
nada existe.
No
lo puedo creer, me repito caminando hacia la universidad, intento recordar que
paso anoche, me borraron el disco duro, no recuerdo, solo desperté y era
martes. Me encuentro con Frito, que hoy no está elevado, y solo es Juan. Se
extraña al verme caminar hacia él, lo veo a los ojos y le digo: “Tiene razón es
el mejor alucinógeno que existe”, su mirada de confusión crece, saco la bolsita
con la pastilla que queda y se la entregó. “Me dio ayer esa droga”. Me mira a mí,
y a la bolsa, se echa a reír y me dice: “Esto solo es acetaminofén”, yo no
quiero creer lo que oigo. “Es acetaminofén, es mío y creo que en la traba de
ayer te lo di, y pues… bueno agradécele tu viaje a tu propia sugestión”.
Wow! Leyendo este cuento viví en carne propia el efecto del alucinógeno más fuerte del mundo ¡la sugestión!
ResponderEliminarGenial este cuento.