La palabra es complicada señor, no vaya usted a creer. Piense en toda esa gente
que estudia años y años para aprenderla, y así y todo se equivoca. Tan difícil que
es poner las palabras en el orden que es, con la intención propicia, en el momento
oportuno… Si no me cree, pregúntele a un enamorado, a un político, a un deudor
moroso, o a un estudiante que sale a hacer una exposición. Si eso de la palabra
fuera sencillo, valiente gracia: Todos seríamos poetas, cronistas, escritores. Pero
no es lo es, no señor.
Lo peor de la palabra, es que es traidora la desgraciada. Usted de pronto le pone
empeño, estudia, piensa bien en como componerla, y a pesar del esfuerzo, la
infeliz sale y hasta se le puede volver en contra. La miserable no sabe de
lealtades: Va y le dice a los demás lo que a ella le da la gana. ¿Cuántas guerras y
rencillas se hubieran podido evitar si la palabra hubiera permanecido fiel al que la
pronunciaba? Pero el problema es que la palabra, una vez dicha, no es de nadie.
Ella va y viene, caprichosa y sin consideraciones. Por eso es que a veces algunos
creen entender en ella tantas verdades, y otros simplemente la dejan pasar como
si no dijera nada.
La palabra es veleidosa, desatenta, descuidada, beligerante, difusa, traicionera,
irreversible, despótica e irrefutable. Pero sobre todo señor, la palabra es valiosa.
¿Cuánto vale una palabra correcta a tiempo? ¿Cuánto le han costado al mundo
las palabras mal dichas o mal recibidas?
Algún día, alguien, en alguna parte, va a pronunciar las palabras más bonitas que
se hayan escuchado jamás. En alguna otra ocasión, alguien inventará las palabras
para curar el cáncer, o lograr la paz mundial. ¿Qué no daría cualquier persona por
conocer esas palabras ya mismo? ¿Qué no daría cualquiera por escuchar las
palabras que lo saquen de un problema, que atraigan el amor deseado, o que le
ayuden en su carrera?
La palabra vale mucho, sí señor. Por eso es que le digo: Fueron tres minutos, me
debe seiscientos pesitos por la llamada...
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