Por Jorge Luis Velez Agudelo
El último robo
Esa noche parecía ser la última.
Carlos, un joven estudiante universitario caminaba por una amplia y solitaria calle en el
centro occidente de la ciudad de Medellín. Solo se había tomado una par de cervezas,
después de un largo y pesado viernes.
Su paso era lento, su cuerpo se notaba ligeramente encorvado y entre sus dedos se
consumía un amarillento cigarrillo sin filtro.
Después de caminar un par de cuadras, notó una sombra, alguien caminaba atrás suyo y se
encontraba bastante cerca. Su cuerpo sintió un fuerte escalofrío, se sentía cansado para
correr o para confrontar, inclusive para pedir ayuda, ya había perdido la cuenta de las veces
que le habían robado sus miserables pertenencias.
Acelerar el pasó, para alejarse del sujeto que le perseguía, sería su estrategia; era una
situación extraña, ya que el merodeador no demoró en acercarse de nuevo a él, estando por
segunda vez bastante cerca.
Carlos, harto de la situación, volteó su cuerpo para encarar al sospechoso; hubo sorpresa y
una gran porción de ridiculez. No había nadie, la sombra del sospechoso era su misma
sombra, el alumbrado público le jugó una mala pasada, la confusión y el citadino miedo de
la oscura calle le robaron algo que nunca se imaginaría: su sombra.
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