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Ella cada noche al despedirse se amarraba la lengua y los dedos para no dejarlo salir; a veces, tenía que hacer tanta fuerza por retenerlo que terminaba exhausta y caía rendida en su cama.
Era un te quiero que iba creciendo en su garganta y cada día era más y más grande, había salido de su pecho con ganas de lanzarse al aire en forma de palabra, pero ella lo tenía retenido y secuestrado, al punto tal, que ya ni hablar, ni comer podía por ese te quiero atorado.
Cierta noche, ese Te quiero rebelde, urgido de libertad se deslizó por sus brazos y salió por sus dedos escribiendole "Te quiero flaco".
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