Probablemente en ciertas familias el impacto de
haberla conocido a ella hubiera sido motivo de alegría. En mi casa no. La
vieron y se sorprendieron. Definitivamente no era un suceso que esperaban de mí,
y mucho menos de la noche a la mañana.
Les comento cómo sucedió. Una vez estando con unos
amigos me la presentaron, y pude decir que fue como el amor a primera vista; me
sentí el príncipe Eric cuando vio a La Sirenita semidesnuda en las playas de su
castillo por primera vez. Yo estaba impresionada por su belleza y muy curiosa
por saber más de ella, y a pesar de que ella quería decirme algo de vuelta,
nunca fue capaz, ella era muda.
Y así, desprotegida como tal vez se encontraba La
Sirenita en su nuevo mundo humano, yo sentí que debía cuidar a mi propia sirena
y darle el amor que tanto me inspiraba darle. No era difícil sentir eso cuando
su perfecto cabello negro, labios morenos y esos ojos color miel, brillaban
cada vez que la veía.
Poco a poco mi familia empezó también a ver su magia y
a aceptar la relación que teníamos, que como con todas las buenas relaciones
pasa, la familia también se involucra.
Algo que tal vez para mí siempre será un misterio es
esa capacidad de ella de suscitar tantos sentimientos en quienes la rodean, en
especial en mí, que ella sin poder decir nada, dice todo. No sé si tal vez sea
su físico, su calor cuando estamos arrunchadas, o su hermosa sonrisa, una de
las claves de su éxito cautivante, o no sé si tal vez que a pesar de no decirme
nada verbal, ni siquiera en forma de ladridos,
su colita al verme llegar me haga quererla día a día.
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