domingo, 19 de marzo de 2017

Somnolencia Enfermiza

Por David Marin Cano


De repente aquella chica de cabello destilado por rubíes, arrimó a la ciudad ocre de unos pocos segundos, ansiosa en reclutar a los pequeños diablitos que merodeaban de sol a sol, acompañados y abrigados únicamente por las lágrimas vivaces que tomaban la forma de una silueta filial, expulsadas por la instantánea combinación de un rápido contacto con los pasos de los hombres dejados en el roído pavimento y las felonías de rostros escarpados.
Para sorpresa de la chica, éstos ya se encontraban “organizados” como el encrespar de un furioso océano, impacientes por recorrer un destino del cual acostumbraban a disfrutar de una manera exasperante, desastrosa y desconcertante.
Cientos de ellos salieron, muchos enanos tiritando de lado a lado, así que no era de esperarse que mientras todos moldeaban caritas de ángeles, habría uno que sería embestido por el disfraz de Satanás. ¡Sí! allí mismo se encontraba susurrándole en el oído las visiones que presenciaría mientras caía de espaldas hacia un vacío que lucía unos cuantos metros, bastante apropiados para desconectarse.
Tres, dos, uno, fue lo único que retumbó ante la vista de aquella chica de cabello rojo acompañada de sus cientos de “angelitos”. Perturbado se encontró el mundo en aquellos segundos que hicieron de eras, sobre todo para la engendradora de aquel pequeño que se escabulló por entre el túnel de la madriguera que habitaba. Con pasos rebosantes se acercó paulatinamente; tal era la sonsera que ni el anestesiado más impregnado hubiese podido superar.
“Rápidamente” la cría se encontró acomodado entre los regordetes brazos de aquella mujer topo, algo que era de esperarse para después salir de entre la placenta de mini seres que hacían círculo.
Al instante un personaje de mirada seca, recostado contra un pilar evitaba la placentera mirada del sol y flagelando el viento se preguntó: “¿Estará aquella cría acompañando a esa espesa sombra que en algún momento nos apacigua a todos sin excepción?”.
Sin embargo el pequeñín permaneció desplomado, mientras que su “madre” con “desesperados” pasos se introdujo dentro de su amarilla guarida. Lo que en los ojos del hombre recostado causó una tremenda exaltación, al percatarse que la dirección tomada por la mujer topo no era la correcta.

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