viernes, 17 de marzo de 2017

Rutina

Por Paulina Restrepo Ramirez

Salió de la residencia a las 8 de la mañana. Su rutina era la misma: se despertaba con el sonido de la alarma, aturdido, pero no se levantaba de la cama sino después de mirar unos cortos minutos al techo mohoso del apartamento. Tenía que decírselo al casero, pensaba. Tenía que encontrar otro lugar para vivir, se decía a sí mismo consecutivamente, mientras volvía a ese lugar tormentoso de su existencia, donde cuestionaba la aparente racionalidad de sus decisiones en el instante que escogió vivir en aquel rincón repleto de malos olores, ruidos insatisfactorios y una terrible melancolía. Sin embargo, esta reflexión no permanecía en su cabeza más allá del camino a la ducha. Allí, su mente deambulaba al pasado, cuando la soledad y el desamor no eran estados permanentes. Lo arruiné todo, pensaba mientras se enjabonaba. Lo mandé todo al carajo por unos momentos de locura.
Salir de la ducha siempre era difícil; las corrientes de aire que entraban por la puerta le helaban en segundos todo el cuerpo. ¡Cuánto deseaba unos días, aunque fueran pocos, de vacaciones!, decía en voz alta mientras se ponía su traje, frente al espejo, donde repetidas veces se encontró en una especie de situación amistosa consigo mismo. Luego se colocó sus zapatos y, por último, la corbata; la única que tenía. Tenía un olor sutil a whiskey de supermercado, probablemente de hace dos días. Ni se acuerda. No sabía si debía sentirse avergonzado o decepcionado; tal vez una combinación de ambos. Una pequeña sonrisa sobresalió de sus labios al mismo tiempo que alcanzaba su abrigo, y se preparaba para salir, pensando en su ridiculez, y por enésima vez en la semana, pensando en ella. Parecía evidente que, podía morir mil veces con el solo hecho de recordar su existencia; morir un poco cada vez que se despierta solo, come solo, y llega solo. Su rutina convertida en un constante masoquismo mental. Era agotador, decía para sí, mirándose los pies, mientras abría con dificultad la puerta del apartamento.

Bajó las escaleras, llegó a la puerta principal, saludó con frialdad a los vecinos, que apenas le miraron sus zapatos antes de seguir su camino y, por último, salió de la residencia. Sabía lo que tenía que hacer. Miró su reloj, 8:01 am, y corrió. Ella coge el bus, como todos los días, hacia el centro de la ciudad, para ir al colegio. Hoy no estaba con su mamá; por fin la dejó hacer algo por sí misma, aunque significara caminar sólo 3 cuadras sola. Él había llegado antes, como siempre, a esperar pacientemente la llegada de la niña a la parada del bus, y así fue. Pero estaba sola. Ésta era su oportunidad. Pasó la calle sin pensarlo, y se fue acercando hacia ella. La quería, la deseaba. Miraba su falda, miraba sus piernas, y enloquecía. Ella nunca lo miró, pero escuchaba sonidos extraños, como si fueran gemidos de algún animal en calor. Ya no lo soportaba. La quería agarrar y llevársela a un lugar donde nunca nadie la pudiera encontrar, donde fuera sólo para él. Estaba decidido. Iba a agarrarla de la falda, cuando escuchó el repentino sonido de la puerta. Era su casero. Estaba gritando que le bajara al volumen del televisor, que el porno se escuchaba mucho. Maldijo mientras lo hacía. No pudo venirse con su fantasía interrumpida, pero al menos podía seguir viendo a la mona desnuda en la pantalla, e imaginarse su cara por un instante. Tal vez la vea hoy, pensaba con euforia mientras su mano se entumecía y su alarma sonaba. Era hora de bañarse. 

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