lunes, 13 de marzo de 2017

Un Extraño Suceso

Por Carlos Daniel Corredor Salcedo


 Alfred sorprendido y deseoso de respuestas, miraba a su alrededor buscando que alguien le respondiera cual era el motivo de su condición. Estaba postrado en una cama, despertando de la realidad que lo asechaba en medio de vendas y pétalos. Acompañándolo no había nadie, solamente divisaba a una enfermera con rasgos asiáticos, un par de cuerpos guardados en bolsas, una lámpara que titilaba una luz amarilla y el periódico del día.

 ¡Ayuda! Gritó Alfred; pero absolutamente nadie se dignaba en responderle. Su desespero empezó a ser incesante, se abalanzó al suelo con todas sus fuerzas que no eran muchas para arrastrase por la sala donde se encontraba. El dolor que sentía era inminente, la mitad de su cuerpo era historia y la que le quedaba estaba conectada a un suero que lo mantenía estabilizado. Sus ojos revestidos de debilidad le obligaban a ponerle corazón a la situación mientras babosamente se movilizaba sobre los vidrios cortados del suelo. ¿Dónde estoy, por qué no me ayudan? Murmuró mientras se acercaba a la puerta. Al empujarla, observó la razón y recordó lo que había vivido. una cruz cuyos brazos estaban doblados en ángulo recto le hicieron entregarse a la defensa de su patria, él había sido un sacrificio en el ajedrez de la guerra de aquél 10 de abril de 1945, víctima de un misil de su propio ejército. La asiática lo levantó hablándole en un idioma el cual no entendía y entre la furia y el desconcierto con uno de los vidrios que había recogido del suelo, incrustó su salvajismo en el cuello de la enfermera.

Las alarmas empezaron a sonar, los aviones enemigos estaban cerca y él sabía que sus opciones de sobrevivir se habían desperdiciado por la animalidad de sus hechos. Esperó lo peor y pensó en su familia, la cual no veía desde hace 3 años, recordó que morir no lo hacía héroe, sino víctima de la ambición y el denigrante dolor que generan las diferencias. Comenzaron a estrujar los edificios, las vibraciones formaban un eco eterno que expresaba el sonido de la coyuntura, cerró sus manos y se entregó al sueño divino, pero de repente sintió que lo movían, su cuerpo se tambaleaba de lado a lado. Escuchó como iba aumentando un sonido a lo lejos que le gritaba: ¡Soldado despierte! mientras sus ojos se iban abriendo de nuevo. El bunker donde tomaba la siesta el ejército al cual pertenecía, fue sorprendido por las filas enemigas y Alfred entre dormido y con su fusil, confundido por la situación; continuó luchando por la esvástica que le había tocado defender con el corazón. 

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