Alfred sorprendido y
deseoso de respuestas, miraba a su alrededor buscando que alguien le
respondiera cual era el motivo de su condición. Estaba postrado en una cama,
despertando de la realidad que lo asechaba en medio de vendas y pétalos. Acompañándolo
no había nadie, solamente divisaba a una enfermera con rasgos asiáticos, un par
de cuerpos guardados en bolsas, una lámpara que titilaba una luz amarilla y el
periódico del día.
¡Ayuda! Gritó Alfred;
pero absolutamente nadie se dignaba en responderle. Su desespero empezó a ser
incesante, se abalanzó al suelo con todas sus fuerzas que no eran muchas para
arrastrase por la sala donde se encontraba. El dolor que sentía era inminente,
la mitad de su cuerpo era historia y la que le quedaba estaba conectada a un
suero que lo mantenía estabilizado. Sus ojos revestidos de debilidad le
obligaban a ponerle corazón a la situación mientras babosamente se movilizaba
sobre los vidrios cortados del suelo. ¿Dónde estoy, por qué no me ayudan? Murmuró
mientras se acercaba a la puerta. Al empujarla, observó la razón y recordó lo
que había vivido. una cruz cuyos brazos estaban doblados
en ángulo recto le hicieron entregarse a la defensa de su patria, él había sido
un sacrificio en el ajedrez de la guerra de aquél 10 de abril de 1945,
víctima de un misil de su propio ejército. La asiática lo levantó hablándole en
un idioma el cual no entendía y entre la furia y el desconcierto con uno de los
vidrios que había recogido del suelo, incrustó su salvajismo en el cuello de la
enfermera.
Las alarmas empezaron a sonar, los aviones enemigos estaban
cerca y él sabía que sus opciones de sobrevivir se habían desperdiciado por la
animalidad de sus hechos. Esperó lo peor y pensó en su familia, la cual no veía
desde hace 3 años, recordó que morir no lo hacía héroe, sino víctima de la
ambición y el denigrante dolor que generan las diferencias. Comenzaron a
estrujar los edificios, las vibraciones formaban un eco eterno que expresaba el
sonido de la coyuntura, cerró sus manos y se entregó al sueño divino, pero de repente
sintió que lo movían, su cuerpo se tambaleaba de lado a lado. Escuchó como iba
aumentando un sonido a lo lejos que le gritaba: ¡Soldado despierte! mientras
sus ojos se iban abriendo de nuevo. El bunker donde tomaba la siesta el ejército
al cual pertenecía, fue sorprendido por las filas enemigas y Alfred entre
dormido y con su fusil, confundido por la situación; continuó luchando por la
esvástica que le había tocado defender con el corazón.
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