Entrado
el pequeño, El Capitán no pudo evitar maravillarse.
— ¡Ah! ¿Qué mejor manera de
desafiar nuestra capacidad de síntesis y de argumentación, que estacionando
nuestro pensamiento en términos acomodados a la comprensión de un infante? ¿Les
parece, pues, si servimos la palabra al Filósofo? —preguntó,
mirando a sus dos interlocutores, acomodándose la boina. Ambos asintieron—.
¡Hágase así entonces! Escucha con atención, hijo, tanto a la pregunta como a las
respuestas, y dinos cuál de los hombres aquí reunidos para ti, es portavoz de
la verdad. Y ahora, buen hombre —dijo mirando al Filósofo— haga entender como
mejor pueda: ¿Cómo se consigue la paz?
— Difícil tarea a la que bien podría dedicar por lo menos
tres tomos —comenzó afirmando El Filósofo— mas he aquí la esencia de mi
razonar: no es posible y no es deseable llegar a una ausencia de conflictos,
solo hay mérito en ayudarlos a cohabitar.
— ¡“Cohabitar”! ¡Tiene diez años, por los cielos! Me permito
tomar la palabra. Excuse mi rudeza —interrumpió El Político— La guerra carcome
a quienes la sufren y no hay riqueza más apetecible que su destierro.
Definitivamente es la negociación y no el combate lo que nos llevará a la paz.
— ¡Habla usted como si pudiera existir paz sin guerra! ¿Cómo siquiera
saber de ella sin contrastarla? —exclamó el capitán— Y con el debido respeto a
su erudición, señor Filósofo, rara vez son prácticas las ambivalencias que
propone su disciplina. Aprópiate como puedas, chico como eres, de mi humilde
pensar —dijo, volviéndose hacia el pequeño—: Una y mil veces te encontrarás en
este mundo a alguien que quiera perturbar los fragmentos de esquiva armonía que
puedas alcanzar. No hay alternativa más que luchar por proteger, por encima de
lo que sea y quien sea, tu paz y la de quienes amas.
— Hemos dicho suficiente —quiso concluir El Filósofo—.
Escuchemos al infante.
Libre como eres —explicó, mirándolo con ternura—; falto de los prejuicios de la academia, de la política y de la milicia, ¿qué parecer de la paz se adecúa más al tuyo?
Libre como eres —explicó, mirándolo con ternura—; falto de los prejuicios de la academia, de la política y de la milicia, ¿qué parecer de la paz se adecúa más al tuyo?
— Poco sé —expuso en voz muy queda el niño—, de ningún modo
mi pobre opinión dará o restará validez a sus palabras. Pero como así me la
piden, así se las ofrezco: me es imposible encajar sin traba en una u otra
forma de pensar, ¡cómo me llena de vergüenza admitir que no he comprendido
totalmente lo hoy dicho! Paz hallaría mi corazón si me dejaran irme a jugar a
mi casa. Si quieren vienen también.
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