Era una noche oscura e invernal la de aquél 7 de octubre de 1849, cuando siendo yo, una víctima del insomnio, me
encontraba sentado junto a la ventana de mi hogar, tratando de dispersar con la lluvia aquellos pensamientos sombríos
que se habían escondido en lo más profundo de mi cabeza. Por aquellos días y con la reciente pérdida de mi amada, era
común el consumo de grandes cantidades de Whiskey, que luego de la media noche traían consigo un efecto somnífero,
el cual calmaba mi dolor y me ayudaba a descansar aunque fuera solo por un par de horas. Cerca de la media noche,
mientras la tormenta en el exterior azotaba las ventanas de aquel conjunto de casas de aspecto victoriano, y los truenos
hacían estremecer hasta al más valiente, comencé a sentir la pesadez de un sueño profundo, hasta que por la ventana
alcancé a observar la silueta de una mujer que se encontraba inmóvil en la mitad de la calle y a pesar de que era solo una
silueta, era claro que aquella persona se encontraba mirando fijamente hacia mi ventana. Comencé entonces a levantarme
de mi silla, cuando la estridencia y el brillo de un relámpago me obligaron a cerrar los ojos por un leve instante, y tal fue
mi sorpresa que al abrir los ojos nuevamente, me encontré con que la calle estaba completamente vacía. Decidí entonces,
bajar por las escaleras para abrir la puerta y asegurarme de que realmente no había nadie en aquél lugar y de que todo
había sido producto del sopor en el cual me encontraba. Mientras bajaba por la escalera, escuché el sonido de un vidrio al
quebrarse, el cual provenía de aquella penumbra al final de la misma. Apresuré entonces mi descenso y cuando llegué a
mi destino, decidí pararme justo en la mitad de la sala, para realizar una breve inspección, pero lo único que pude
encontrar, fueron los trozos filosos de una pequeña parte del espejo que tenía colgado sobre la pared contigua a las
escaleras. Con la aparición de un brillo plateado y un rugido del cielo, la puerta se abrió de golpe y bajo el marco de esta,
pude identificar una mujer de silueta delgada y cabello enmarañado sobre el rostro, sin embargo cuando me encaminaba
a enfrentarla y preguntarle cuál era el motivo de su irrupción, pude sentir un susurro indescifrable y en el espejo observé
el cadáver de mi esposa, con la piel pálida, cubierta de gusanos, su cabello no era más que unos mechones rojizos que
colgaban de su cráneo, aquél hermoso vestido con el cual había sido sepultada, se encontraba rasgado y cubierto de
tierra, y sus manos esqueléticas se encontraban ahorra aferradas a mi garganta. En un instante sentí como era yo
arrastrado hacia su tumba, pude percibir el aire asfixiante y putrefacto al interior del ataúd, pude apreciar con
impresionante precisión como una cantidad innombrable de alimañas desgarraban mi piel y se introducían por los todos
los orificios de mi cuerpo...En ese momento me vi perdido y sumido en inmensa desesperación, tal fue mi pánico que
solo recuerdo haber caído al suelo, mientras aquella figura salía del espejo y se posaba sobre mí.
Al día siguiente, un cálido rayo de sol, ingresó por mi ventana y al abrir los ojos, estremecido por los terribles
acontecimientos de la noche anterior, pude observar que aún me encontraba sentado en mi silla junto a la ventana y justo
sobre mi lado izquierdo tenía una botella, consumida casi en su totalidad del Whiskey Old Jake #74, sin embargo, algo
andaba mal, la casa estaba completamente vacía, no había muebles, las cortinas estaban rasgadas, y los rincones
invadidos por telarañas. En el primer piso de mi hogar, solo había ornamentos florales marchitos, con cintas de color
morado, donde podía leerse nuestro nombre (Esposos Allan). Por un instante, mi mundo comenzó a dar vueltas, empecé
a gritar, lleno de furia y terror, tratando de descifrar si me encontraba aún preso de alguna terrible pesadilla, o en realidad
mi muerte había ocurrido desde ya hace algún tiempo y todas mis oscuras vivencias en aquella casa durante los últimos
meses, eran tan solo un espejismo.
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