Gabo, amante inquebrantable de la tecnología y el internet, tenía el don de quedarse días
enteros usando sus aparatos. Jugaba en sus consolas, veía películas o vídeos en la
computadora y nunca, pero nunca, andaba sin su celular, era el centro de su universo.
Una tarde, aburrido, necesitaba algo para entretenerse, entonces cogió su celular y buscó
alguna nueva aplicación y entre muchas patrañas prometedoras hubo una que le llamó la
atención, “Tecnópata”, se veía sencilla, sin mucha gracia, pero tenía 5 estrellas de
calificación y aseguraba una experiencia audaz y única.
Sin pensar la descargó y después de instalada lo sorprendió en la pantalla del móvil un
fondo negro con un punto rojo brillante en el centro que pedía ser tocado. Puso su dedo
sobre el punto, la cámara del aparato se activó y unas letras amistosas invitaban a tomar
una fotografía del usuario pidiéndole que hiciera su mejor pose.
Así lo hizo Gabriel, seguro de que quedaría muy bien para el perfil tomó una foto con
su mejor sonrisa e inmediatamente después la pantalla se tornó blanca, surgieron unas
letras oscuras que decían “¡Genial!” se desvanecieron y luego unas nuevas… “¡Feliz
viaje Tecnópata!” El celular comenzó a vibrar bruscamente entre sus manos y una
extraña sensación le invadió el cuerpo, Gabriel vibraba por completo envuelto en un
cosquilleo incontrolable que le prendía fuego en la piel. Después de un grito ahogado la
habitación se estremeció por una sacudida violenta y el celular cayó al suelo.
Nunca se sabrá qué pasó, la madre del niño encontró el aparato y por más que buscó a
Gabo ya nunca lo volvió a ver. Por todos lados repartieron carteles de “Se Busca” con
la última foto que se hizo el niño con el celular, la misma que ahora está en un
portarretratos en la sala de la casa y que usan para recordarlo por siempre sonriente.
Pero lo más extraño es que desde aquel entonces, la madre nunca deja que el celular de
Gabriel se apague o descargue, porque de tanto en tanto llegan mensajes con puntos o
guiones o letras sin significado. También, a veces, al propio celular de la madre entran
llamadas del viejo número del muchacho, cuando contesta insiste y grita desesperada
porque le den razón de su hijo pero nunca, aún después de tantos años, nunca se escucha
ninguna voz.
Un cuento corto que te deja pensativo
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