Era conocido como el mejor matemático. No existía
calculo alguno, problema alguno, acertijo alguno ni ningún tipo de reto que
pudiera ser resuelto a través de la lógica matemática que no pudiera resolver.
Ese era su mayor orgullo, alardeaba de tener más que una mente prodigiosa, una
mente precisa. Precisamente, en el ocaso de un atardecer de verano se vio
llegar. Un extraño personaje traía bajo sus brazos unos enormes rollos de
papel. Caminó las calles del pueblo sin decir una palabra. El viejo profesor de
escuela enmudeció pues veía en el extranjero la viva imagen de la lámina de Aristóteles
que tenía en la pared de la vieja biblioteca. Su turbante, su cara fileña, sus
ojos negros, pero ante todo sus viejos pergaminos no daban lugar a dudas. El
extraño llegó a casa del matemático. Descargó los pergaminos en la mesa, abrió
el más grande de todos y señalo un problema en especial. El matemático no miró
al extraño. Observó un momento el problema. Se paró de la silla, buscó 10 lápices
y los puso en fila. Tomó el primero, afiló la punta y empezó a escribir. Cabeza
gacha, siguió escribiendo hasta gastar el primer lápiz. Tomó el segundo, el
tercer lápiz, el cuarto, el quinto y seguía escribiendo. La imagen que podían
observar los vecinos que se apostaban en la puerta de la casa era bastante
particular: nuestro matemático encorvado sobre la mesa escribiendo sin cesar y
un extraño hombre con turbante mirándolo erguido con un rostro impasible.
Tomó el lápiz numero 10. Afiló la punta y respiró
hondo. Faltaba poco. La increíble secuencia de números que veían sus ojos lo
maravillaba y le daba miedo al tiempo. Era el problema que siempre había estado
esperando, el problema perfecto, el reto que era realmente un reto. Durante 9 lápices
antes había estado calculado decimales, uno tras otro y cada vez que escribía
uno debía recalcular todos los anteriores para saber cuál era el próximo. No
había otro modo. La siguiente cifra necesitaba conocer la anterior y la
anterior, hasta la primera. El extraño le había dado las 3 primeras cifras y
eso era suficiente para él. Ahora lo veía todo, conoció a través de las
matemáticas la verdadera historia del mundo. Era simple, era sencillo, era como
debía ser y antes no lo había visto. Respiró nuevamente y continuó con su
tarea. Cada nuevo número lo hacía temblar y le hacía presagiar como finalizaría
la secuencia que parecía infinita pero que no lo era. Supo que faltaba un solo
decimal para tener la secuencia completa. Se detuvo. Esa última cifra marcaría
el destino de todos. Sabia cuál era la cifra. Vio el brillo en los ojos del
extraño. Casi una sonrisa se dibujaba en su rostro. Por fin descansaría de su
labor, por fin había encontrado al Matemático. Precisamente, en ese momento
supo lo que debía hacer…
Excelente cuento. Felicitaciones!
ResponderEliminarExcelente, felicitaciones!!!
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