sábado, 18 de marzo de 2017

Precisamente

Por Jose Luis Bedoya Martinez

Era conocido como el mejor matemático. No existía calculo alguno, problema alguno, acertijo alguno ni ningún tipo de reto que pudiera ser resuelto a través de la lógica matemática que no pudiera resolver. Ese era su mayor orgullo, alardeaba de tener más que una mente prodigiosa, una mente precisa. Precisamente, en el ocaso de un atardecer de verano se vio llegar. Un extraño personaje traía bajo sus brazos unos enormes rollos de papel. Caminó las calles del pueblo sin decir una palabra. El viejo profesor de escuela enmudeció pues veía en el extranjero la viva imagen de la lámina de Aristóteles que tenía en la pared de la vieja biblioteca. Su turbante, su cara fileña, sus ojos negros, pero ante todo sus viejos pergaminos no daban lugar a dudas. El extraño llegó a casa del matemático. Descargó los pergaminos en la mesa, abrió el más grande de todos y señalo un problema en especial. El matemático no miró al extraño. Observó un momento el problema. Se paró de la silla, buscó 10 lápices y los puso en fila. Tomó el primero, afiló la punta y empezó a escribir. Cabeza gacha, siguió escribiendo hasta gastar el primer lápiz. Tomó el segundo, el tercer lápiz, el cuarto, el quinto y seguía escribiendo. La imagen que podían observar los vecinos que se apostaban en la puerta de la casa era bastante particular: nuestro matemático encorvado sobre la mesa escribiendo sin cesar y un extraño hombre con turbante mirándolo erguido con un rostro impasible.

Tomó el lápiz numero 10. Afiló la punta y respiró hondo. Faltaba poco. La increíble secuencia de números que veían sus ojos lo maravillaba y le daba miedo al tiempo. Era el problema que siempre había estado esperando, el problema perfecto, el reto que era realmente un reto. Durante 9 lápices antes había estado calculado decimales, uno tras otro y cada vez que escribía uno debía recalcular todos los anteriores para saber cuál era el próximo. No había otro modo. La siguiente cifra necesitaba conocer la anterior y la anterior, hasta la primera. El extraño le había dado las 3 primeras cifras y eso era suficiente para él. Ahora lo veía todo, conoció a través de las matemáticas la verdadera historia del mundo. Era simple, era sencillo, era como debía ser y antes no lo había visto. Respiró nuevamente y continuó con su tarea. Cada nuevo número lo hacía temblar y le hacía presagiar como finalizaría la secuencia que parecía infinita pero que no lo era. Supo que faltaba un solo decimal para tener la secuencia completa. Se detuvo. Esa última cifra marcaría el destino de todos. Sabia cuál era la cifra. Vio el brillo en los ojos del extraño. Casi una sonrisa se dibujaba en su rostro. Por fin descansaría de su labor, por fin había encontrado al Matemático. Precisamente, en ese momento supo lo que debía hacer…

2 comentarios: