Uno,
dos, tres…
Era
como la quinta vez que tocaban la puerta, pero yo no tenía intenciones de
abrirla.
La
primera vez que tocaron lo ignore. La segunda vez pregunté ¿quién es? Y nadie
contesto. La tercera vez pregunté ¿quién es? ¿Qué desea? Y tampoco hubo
respuesta, quien sea que este afuera no tiene intenciones de responder.
Quien
podría ser a esta hora, es domingo por la noche y todos están en sus casas
durmiendo o preparándose para hacerlo. Mis padres no están y prácticamente
todas las luces están apagadas.
Uno,
dos, tres…
Siempre
tres toques, secos y firmes, resonando en las paredes de mi casa, no lo
comprendo, que es lo que pretende esta persona; asustarme, sorprenderme o es
algo más.
Uno,
dos, tres…
No
tengo más alternativa, la abriré.
Uno,
dos, tres…
Los
espacios entre cada serie de toques se han reducido ¿Qué sucede? ¿Acaso quién
está detrás sabe que me estoy acercando?
Uno,
dos, tres…
Está
tocando con más fuerza, creo que se le está acabando la paciencia o algo le
preocupa. Tal vez estoy exagerando y solo sea mi padre pidiéndome que le de sus
llaves, ¡Sí! Eso debe ser.
Pero
cuando estuve a punto de abrir la puerta alguien me tomo por los hombros, me
sujeto y me cubrió los ojos y la boca, trate de escapar pero fui incapaz. Me
golpeó la cabeza y me tiro al suelo. Fueron mis últimos minutos de conciencia
los que me permitieron escuchar como una voz ronca me decía “Desviste escapar
cuando tuviste la oportunidad”
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