En una hondonada de la cordillera que bordea al rio Nus, adornada
por el verdor de pequeñas parcelas campesinas
y por la
riqueza de su vegetación multicolor, allí nacía Jennifer hace 17 años. Séptima
hija de padres cultivadores
de la caña. Campesinos valientes y abnegados
que arañan la tierra en su cotidianidad esperanzadora como fuente de sustento
principal, desde hace
más de 10 generaciones. Su alma inocente pronto se fue
develando y sorprendiendo a todos
sus familiares y vecinos: aprendió a cantar antes de
conversar para convertirse en la estrella de la vereda, la niña más querida de la región por el don
que Dios le había dado. Jennifer fue creciendo al amparo de sus padres, después, en la escuela de la vereda,
comenzó a conocer otros
mundos. Su tiempo de niña se difuminaba en sus vivencias infantiles, el
juego, su asombro por todo lo creado, los colores, los sonidos, la
música campesina; sobresaliendo siempre por su espíritu alegre reflejado en su
mirar.
Su
niñez fue un trance mágico y veloz. Las sensaciones nuevas que experimentaba en su cuerpo, en constante
y bella transformación acompañaban
el albor de su adolescencia.
Descubre la tibieza del afecto, del abrazo, esa
fuerza irresistible que
nos une, nos multiplica y sin saberlo, le hizo
madre niña.
Cantaba y
cantaba, nunca dejo de cantar. Durante
su embarazo nutría con canciones al pequeño ser que iba gestando en su entraña,
era su manera de darse. Se acercaba
Diciembre, época del festival de
la canción Montañera en su municipio y su participación se convirtió
en obsesión. Una tarde un dolor
lacerante intermitente la sorprendió,
anduvo por un camino destajado y polvoriento hasta el centro de salud, donde sin dificultad
dio a luz.
El despertar a la
maternidad lleno toda su atención. No volvió a dormir amamantaba a su hijo, sumida en la
inseguridad de ser madre. Perdió el contacto con lo cotidiano, solo era significativo
su hijo que con desesperación buscaba con
caricias sus senos blandos y tibios de niña madre.
Con el pasar de los días, una sola emoción fue inundando su sentir, una profunda angustia, su oportunidad de concursar con sus canciones se desvanecía. Y su interés solo tuvo
ese motivo, cantar en el festival de la canción campesina. Ya su niño no
fue importante. Y canto nuevamente y no dejo nunca más de
cantar... Una mañana lo dejo todo, desapareció… caminó por todas las veredas, a
veces corría en busca desesperada de su sueño…también lloraba y reía en soledad,
se carcajeaba en instantes de alucinación.
Y así Fue vista, delirante y sin
rumbo en medio de las noches lluviosas preguntando a todos donde estaba la
tarima.
A Jennifer.
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