viernes, 17 de marzo de 2017

Un Extravío del Amor

Por Juan Carlos Restrepo Gomez

En una hondonada de la cordillera que bordea al rio Nus, adornada por el  verdor de pequeñas parcelas campesinas y por  la  riqueza de  su  vegetación multicolor, allí  nacía  Jennifer  hace 17 años.  Séptima  hija  de  padres  cultivadores de la  caña.  Campesinos valientes y  abnegados  que arañan la tierra en su cotidianidad esperanzadora como fuente  de sustento  principal,  desde  hace  más de  10  generaciones. Su alma inocente  pronto se fue  develando  y sorprendiendo a todos sus  familiares  y vecinos: aprendió a cantar  antes de  conversar para  convertirse  en la estrella de la vereda,  la niña más querida de la región por el don que Dios le había dado. Jennifer fue creciendo al amparo de sus padres,  después, en la escuela de la vereda, comenzó  a conocer  otros  mundos. Su tiempo de niña se difuminaba en sus vivencias  infantiles, el  juego, su asombro por todo lo creado, los colores, los sonidos, la música campesina; sobresaliendo siempre por su espíritu alegre reflejado en su mirar.
Su niñez fue un trance mágico  y veloz.  Las sensaciones nuevas que  experimentaba en su cuerpo, en  constante  y  bella  transformación   acompañaban el  albor de su  adolescencia.  Descubre la tibieza del afecto, del  abrazo,  esa  fuerza  irresistible  que  nos  une, nos  multiplica  y sin saberlo,  le  hizo  madre niña.
Cantaba  y  cantaba, nunca dejo de cantar.  Durante su embarazo nutría con canciones al pequeño ser que iba gestando en su entraña, era su manera de darse. Se acercaba  Diciembre, época  del festival de la canción  Montañera  en su municipio y su participación se convirtió en  obsesión. Una  tarde  un  dolor lacerante  intermitente la sorprendió, anduvo  por un camino destajado y polvoriento  hasta el centro de salud, donde sin dificultad dio a luz.                                 
El despertar a la maternidad  lleno toda su atención.  No volvió a dormir  amamantaba a su hijo, sumida en la inseguridad de ser madre. Perdió el contacto con lo cotidiano, solo era significativo su hijo que con desesperación buscaba con   caricias sus senos blandos y tibios de niña madre.                                                               
Con el pasar de los días, una sola emoción  fue inundando su sentir,  una profunda angustia, su oportunidad de  concursar  con sus canciones se desvanecía.  Y su interés solo  tuvo ese motivo, cantar en el festival de la canción campesina. Ya su niño no fue  importante.  Y canto nuevamente y no dejo nunca más de cantar... Una mañana lo dejo todo, desapareció… caminó por todas las veredas, a veces corría en busca desesperada de su sueño…también lloraba y reía en soledad, se carcajeaba en instantes de alucinación.  Y así Fue vista,  delirante y sin rumbo en medio de las noches lluviosas preguntando a todos donde estaba la tarima.                                                                   

A Jennifer.

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