Esta mañana Mariana se ha
despertado con ganas de quedarse en la cama, abrazada por sus cálidas cobijas,
desconectada del mundo, ajena a todos; no es perezosa, de hecho es una persona
responsable y disciplinada en todas las cosas que hace. Hoy no quiere salir de
su habitación. No hay nadie que anhele ver. No está Luis. No quiere desnudar su
cuerpo para tomar el baño. No quiere sentir la humedad. No quiere sentir el
jabón sobre su piel, ni el picor de la crema dental en su boca. Tal tal vez hoy
sólo desearía levantarse y poder disfrutar de estar viva, de respirar, de
tomarse un café, de sólo sentarse a pintar mándalas, llamar a Luis para que la
abrace fuerte entre sus fuertes brazos sin destrozar su fragilidad.
Estira la mano para tomar su
celular. La pantalla se enciende y le ilumina el rostro y casi que quita el
sopor en sus ojos. Con su dedo índice toca el logo de Instagram y aparecen
imágenes muy hermosas y llamativas de gente que hace cosas del putas, selfies
a la orilla del mar o en el gimnasio, uno que otro meme sobre cosas graciosas
de lo cotidiano, noticias políticas, sobre la reforma tributaria que el
gobierno quiere poner en marcha, la crisis del país vecino que parece salida de
un libro de historia del siglo XX, entre otras variedades. El mundo se mueve y
desde su celular parece que su cama es el eje de todo. Una vez más aparece una
de sus fotos de fin de semana en aquel balcón con un café y una vista de la
ciudad con un cielo rojizo y violeta de atardecer junto a Luis.
Afuera alcanza a escuchar las voces
mañaneras de su madre y de su padre que intentan iniciar su día con un toque de
humor y un poco de espontaneidad, intentando hacerle el quite a la vida,
mofándose de los problemas económicos que una familia de clase media-baja puede
tener. La casa se llena de vida poco a poco. Su madre ya se ha bañado, su padre
suelta una palabrota al descubrir por enésima vez que Peter “la negrura”, un
lindo french poodle de color negro, se ha orinado en las llantas de su
auto y ha ensuciado el piso del garaje con su líquido amarillo. Recuerda que
ayer “la negrura” jugaba con Luis.
El aroma a café que se cuela por la
puerta de su habitación desde la cocina le hace sentir un poco más despierta.
Ese café molido que hace su mamá se siente delicioso, en su punto, sin mucha
azúcar, sin demasiado café, ese olor que la ha acompañado desde que tiene
memoria. Ese aroma que va invadiendo suavemente la casa y que hace levantar
cualquier vestigio de somnolencia que el baño y el maquillaje no puedan quitar.
Sentir ese sabor amargo y dulce, a tierra, a montaña a naturaleza a los besos
de Luis.
Tocan en su puerta suavemente. No
quiere escuchar. Tocan nuevamente. No quiere saber. Tocan una vez más. Guarda
silencio porque no quiere responder. De repente escucha una pequeña y dulce
vocecita desde afuera: “Ataaa”. Es Tami, su sobrina. No puede esperar por verla.
Siente desesperación por abrir esa puerta y abrazarla. Casi sin darse cuenta
está fuera de la cama sin cobijas, sin frío, sin miedo, sin pesadez. Sólo puede
ser feliz con esa bebé en sus brazos y siente cómo la inunda la felicidad,
aunque Luis no está.
Me encanta este cuento, por un momento creo sentir lo que siente Mariana y ese delicioso aroma a cafe
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLos invito a leerlo y compartirlo
EliminarPor un momento me sentí parte de la historia. Me encantó
ResponderEliminarQue rico, compártelo
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