Sentado bajo la eterna oscuridad, aquel joven sólo
esperaba ansioso la aparición de su amada, que radiante lo visitaba todas las
noches, mostrándole lo mejor de sí junto a las contadas luces de fondo que la
acompañaban. Aquella noche no era como las demás, ella mostraba su cara en su
máximo esplendor, mientras un puñado de estrellas regadas a su alrededor le
aportaban mayor belleza y un toque de tranquilidad a la fría oscuridad.
Recordó la primera vez que la vio, él, muy fugaz
caminaba sin rumbo, ahogándose en la marea de personas que pasaban por su vida,
esclavos de sus propios sueños, al igual que él; la noche cubría lenta el
paisaje y se apoderaba de la atmósfera, un ligero frío recorrió su cuerpo y al
instante, ella se dibujó en el reflejo de sus ojos, pálida, hermosa, suave,
perfecta. Como una ola rompiendo contra la costa, su mente se llenó de
pensamientos, simplemente no podía dejar de observarla, había caído en el
encanto de su mirada, sintiendo flotar en el eterno vacío, admirando los
eternos luceros de la noche; sintiéndose libre al fin de sus cadenas.
El tiempo fue pasando y la noche se convirtió en su
confidente, el lugar de sus fugaces amoríos, el silencio en sus caricias, sus
miradas en su conversación. Y a pesar de a veces parecer estar tan lejos, la
proximidad se convirtió en un simple lujo que no necesitaron para cultivar sus
sentimientos. Todo lo que él necesitaba era verla, sentirla; sus noches ya no
le pertenecían.
-Estas hermosa hoy- Pronunció tímidamente el joven.
Acto seguido, sintió como la brisa se mecía suavemente en su rostro, a forma de
caricia, sabía en su interior que era ella, por lo que se dejó llevar por el
momento, siendo parte del todo, siendo brisa, agua, tierra, fuego, chispas,
vida. Se sentía feliz, pero detrás de esos sentimientos, sabía también que
acabaría todo, que tal vez esta sería la última vez que podría sentirse así. Ella
había tomado una decisión ya. Lentamente empezaron a cubrirla negros y densos
nubarrones, mientras ella como muestra de despedida, dio la más hermosa vista
jamás observada. Él entendió que era el fin, nada podía hacer. En el cielo, una
de las estrellas se apagó para siempre.
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