Erase
una vez un joven zorro, de ojos grandes, de esos que ven más allá de lo
evidente, o lo intentan; con aspiraciones, aspiraciones de belleza, ¿qué es
belleza?, ya lo han llamado bello antes para luego ser lanzado al mundo de una
patada en el culo, detonante involuntario y absurdo de la comprensión, irrisoriamente
revelador. Soñaba con volar.
- “¿Qué
me queda sino mi conciencia?, aun si mi pelaje se manchó.” –meditaba en su mesa.
- ¿Me
prestas tu escalímetro? –Le interrumpió la mariposa con todos sus colores,
cuanto frustraba al supuesto zorro.
-“Ella
no es bella” –pensó él mientras delineaba sus formas y su propio reflejo. Con
los años había notado la evolución de su mirar, del avistamiento casual, de la
mirada posesiva, de la contemplación de lo sublime-, “Ella es sublime.” –se lo
entregó.
- Gracias,
ahora te lo devuelvo –respondió ella con su habitual sonrisa, simple y tímida, delgada
y húmeda, arqueada levemente hacia la izquierda, deseable.
- Te
admiro –se lanzó.
- …
La luz
en sus lunas osciló.
- Y me
encantas.
- Pero
soy un gusano –contestó arrastrándose.
- Si
pudieras verte a través de mis ojos…
Y el
zorro la envolvió con sus alas.
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