Sus miradas constantemente se cruzaban, tal como sus palabras y sus emociones
erradas, mientras contemplaban la fogata.
El peligro era inminente, pero ya era demasiado tarde, porque el ardor de aquellas
llamas se había aferrado a sus cuerpos y a sus almas y no quedaba más que
consumirse mutuamente hasta hacer cenizas los anhelos más profundos de la carne
y el espíritu.
Ambos se aventuraron a cometer el error más grande, con miedo, con ansias… Con
ganas… Y mientras la atmósfera del exterior estaba dominada por la bruma espesa
y las tinieblas, a ellos les bastó cerrar los ojos para contemplar las estrellas que
aquella noche ocultaba.
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