domingo, 19 de marzo de 2017

Anhelo

Por Kevin Leon García Castro

Voy caminando por una acera, tal vez con dirección a mi casa. En el trayecto veo un señor de cabello blanco, al parecer con prisa, transitando la acera opuesta con la misma dirección a la mía. Luego recuerdo estar caminando junto a él. Me pregunta algo que no recuerdo y yo le respondo. Cordialmente me pide acompañarlo hasta su destino, cerca al mío. Su presencia emanaba tranquilidad. De repente, reconocí estar en un lugar cerca a mi casa y desvío mi atención hacia una esquina en donde reconozco la figura de mi padre. Me alegré al verlo y caminé directo hacia él no sin antes percatarme que el señor amable de cabello blanco ya no estaba. Mi padre me apretó la mano, como de costumbre, dibujando en su rostro la sonrisa más sincera que le conocía y que a nadie más enseñaba debido a su actitud rígida y fría. Me apretó el hombro y me hundió contra el costado de su cuerpo, cuya figura pesada y barriga prominente me permitía reconocerlo de lejos. Me llevó a caminar junto a él. Aunque me sentía cansado, nunca dudé en acompañarlo y conversarle como muchas otras veces en que solía encontrarlo en la calle, así como deambulando. A pesar de su fría expresión, inspiraba respeto y cariño entre las personas. Mi padre, que prefería hablar más con los gestos que con las palabras, desplegaba toda su oratoria conmigo, con sus anécdotas del campo, de sus añoranzas de la niñez y de sus amigos. También me hablaba de negocios, de nuestra familia y de vez en cuando hasta de ciencia. Siempre escuchaba con agrado sus historias. A veces también discutíamos, yo le refutaba sus decisiones e ideas cerradas, mientras él las defendía o simplemente callaba y seguía sonriendo disfrutando de mis reproches. Caminamos juntos toda una tarde, mientras me contaba mil cosas y yo le compartía otras cuantas, ¡y cómo lo disfrutamos! Sin embargo, siempre había visto en él una tristeza profunda de la cual nunca quise indagarle, pero yo sé que él intuía una tristeza en mi aún más aguda, y tal vez porque ambos nos reconocíamos esa tristeza mutuamente nunca hablamos de ella, ni siquiera esta vez.

Al llegar a una esquina, reconozco al señor de cabello blanco que me sonríe de nuevo, mientras poco a poco se va difuminando aquella escena…hasta que despierto.

Ahora entiendo que las letras me ayudan a inmortalizar las historias que no puedo contar en vida a quien más necesito que las escuche. Mientras tanto, en mis sueños trataré de buscar al hombre de cabello blanco que me ayude de nuevo a conversar con mi padre. 

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