viernes, 10 de marzo de 2017

El Desafío

Por Julian Cardona Arroyave

Le dije cada secreto, apuesto que él aún los guarda, escondidos en un rincón, en el fondo de su cabeza.

Probablemente lo haya olvidado, quizás incluso mi recuerdo se haya desvanecido de su memoria. Ha pasado un tiempo desde la última vez que hablamos y yo sigo yendo y viniendo como un péndulo, subiendo y bajando como un yoyo, dando tumbos por doquier sin dirección ni sentido.

Largas fueron las noches en las que nos quedamos despiertos, uno junto al otro, noches que casi siempre fueron frías cuando la lluvia nos sorprendía…

— ¿Dónde has estado? ¿A dónde fuiste? – le pregunto al viento que se lleva mis palabras, porque sé que él ya no va a responderme. Él era bueno escuchando, pero no tenía mucho para decir.

Las nubes se han roto y él ya no está aquí para salvar mi alma; no encuentro el pedazo de mí que robó y tengo que intentar recordar el camino de regreso a casa por mi cuenta. Pero… ¿dónde queda casa? Mi hogar era a su lado, en sus ojos profundos, en sus besos tenues, en sus silencios y en su infinita paciencia.

Me vi atrapado mientras lloraba bajo la fina lluvia de una tarde de octubre; testigos afirman que me han escuchado susurrar su nombre mientras duermo, mientras sueño despierto tal cual lo hacía cuando estaba con él.

Se aproxima su cumpleaños, y me sorprendo contemplando la posibilidad de llamarlo, quizás comprarle una corbata extravagante o un cappuccino sabor vainilla de la máquina; descarto ambas posibilidades con rapidez.

—No quiero bailar solo bajo la lluvia– me repito una y otra vez, a la par que un holograma de nosotros se desliza juguetón a mi izquierda. No me importa el frío que me rodea, porque no se equipara al frío que hacía esa mañana de invierno cuando me desperté y no había rastro de él.

—No te vayas, no escapes esta vez—suspiro, intentando contener las lágrimas que no dejan de caer incontrolablemente, lágrimas que se entremezclan con las gotas de lluvia.

He estado caminando en la cuerda floja y siento desfallecer.

¿Y si tal vez es el momento para obligarme a mantenerme en pie?

Los relámpagos estallan mientras estoy en el centro de la tormenta eléctrica. Nadie se dará cuenta, nadie lo notará cuando finalmente esté cayendo, listo para que cada uno de mis huesos se estrelle contra el suelo. Nadie me volverá atrapar mientras estallo en mil pedazos bajo la lluvia, porque él ya no está conmigo.

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