Él siempre la mencionaba,
con orgullo y entusiasmo, cada vez que le preguntaban el porqué de su triste
llanto; sin tratar de evadir su respuesta, concretaba:
"Son
las praderas. Siempre serán ellas."
Cada persona que se
acercaba al oír esa respuesta, seguían su camino de largo, pues su respuesta no
tenía sentido. Así pensaban todos. Pasó mucho tiempo, todo de la misma forma,
mientras caminaba a paso lento y detallado, hasta que una vez un niño, más
curioso que el resto, repitió la pregunta una vez más: "¿Por qué?".
En ese momento él sintió que su corazón latía más fuerte, una llama de
esperanza, y le nació una segunda y única respuesta:
"Las
praderas. Son ellas las más bellas del Reino, adornadas de dulces cánticos de
animales y melodiosas figuras florales que al atardecer se convierten en un
mundo de fantasía, pero en la mera realidad."
El niño no entiende,
aunque cada palabra se le queda grabada. No lo entendió hasta convertirse en
ese personaje de las praderas, con la única diferencia de que no se baña en
llanto, sino en fortuna, alegría y realidad. De esta forma decidió reunir a sus
nietos y nietas para contarles el momento en que se encontró al hombre en
llanto, en donde empezó el cuento para el abuelo más amado. Estuvo narrando su
historia por más de una hora cuando entró en la sala la abuela de esos pequeños
para ofrecerles la comida, dejando que su pareja finalizara su maravilloso
cuento:
"Recuerden
aquellas praderas, llenas de vida y esperanza que aquel hombre anhelaba a
gritos. Hoy soy yo el protagonista de la historia que ya no anhela, pero si
disfruta de las praderas más hermosas, de las que la única dueña es, nietos
míos, su querida abuela."
Esa noche terminaron la
pequeña reunión, entre nietos y abuelos, con un beso que todos los nietos lo
relacionaron con esa gran historia y entendieron que allí yacía un hombre en la
cumbre de las praderas más bellas.
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