Por
Juan Sebastian Espinosa Uribe
Algo
cambió… me refiero a que algo no es igual que siempre en esta casa. Puede que
suene extraño pero estoy completamente convencida de que algo ha cambiado. ¿Cómo
estoy tan segura? Simplemente lo sé. Nunca había conocido esta casa como ahora
la conozco, nunca había percibido el mundo como ahora lo percibo y nunca había
sido dueña de mí como ahora lo soy. Si, definitivamente algo cambió.
El
sagrado corazón no me mira igual, no sangra igual. No es igual y, sin embargo, es el mismo
cuadro, el mismo rostro, el mismo morboso corazón sagradamente sangrante. No,
él no ha cambiado, sigue siendo tan joven y bello como hace tantos siglos –
Divina Juventud.
Los
muebles siguen siendo tan heterogéneos como siempre. Gracias tías cincuentonas por sus donaciones
- ¡mijita pero si no tienes nada! ¿Qué esperaban encontrar en la casa de una
joven recién mudada?
Permanecen
las mesitas con mantelitos tejidos por mi abuela, coronadas por un florero
sintético – porque hoy en día todo es así, nada es de corazón - con flores igualmente sintéticas; el viejo
televisor que nunca encendí - ¿mos? ¿Leve mareo? - cubierto de polvo y libros
con cubiertas de cuerina. Los mismos cuadros de los Rolling Stones, Aerosmith y
el Gran Combo; los cd, los portarretratos con fotografías de una pareja feliz,
las cucharas y ollas y la siempre vacía alacena.
La
forma de eLe se conserva en el apartamento – apartamento o casa, me da igual,
aquí rio, aquí lloro, aquí sufro. Habitación, habitación, baño, cocina, comedor
y sala de estar, puerta de entrada y biblioteca. Biblioteca, puerta de entrada,
comedor y sala de estar, cocina, baño, habitación, habitación.
Paredes
del mismo color blanco crema con las mismas manchas que prometí - ¿mos? –
ocultar cuando se volviera a pintar; sigue la humedad enmoheciendo la esquina
superior derecha de la pared frente a mí
- desde donde yo la veo ¿y desde donde la ve usted? – que hace parte del
tradicional cubo que es la sala de estar y…
Una
mancha.
Una
mancha en la pared.
Una
mancha rojiza en la pared.
Una
mancha rojiza en la pared de la biblioteca.
¿Huele
a hierro? Si, a eso huele, a hierro y
vegetales. ¡Estoy cocinando! ¿Cómo se
me pudo olvidar la sopa? ¡Ya sé que cambió!: ¿Dónde está el cuchillo de picar
vegetales? – porque hay un cuchillo especial para cortar vegetales.
Mareo,
desvanecimiento, agotamiento, me abandonan las fuerzas, la claridad y la
excitación. Adiós casa que ha cambiado sin cambiar, adiós vegetales de hierro
que manchan rojizamente las paredes, adiós “corta vegetales” que yaces en su cuello.
¡Querido mío, ya he –
mos – comenzado a pintar de escarlata!