Algunos hubieran querido ser otro distinto al que son. Hay quienes
tienen el arrojo de abalanzarse en otra vida; otros prefieren enmudecer la
imagen de lo que hubiera sido, a veces con la suerte de que la elección logra
la altisonancia suficiente para no invitar a la nostalgia. Wagner quería ser
estratega militar según contaba Nietzsche en una carta, pero para la fortuna de
todos se conformó con escritor de óperas. Nietszche mismo sentía en su juventud
vocación clerical, pero una mañana se preguntó a qué sabría una segunda copa de
vino. Claro que en algunos casos el protagonista no hubiera querido cambiar de
vida, no obstante la fuerza de las circunstancias lo arrincona. Un ejemplo
obligado es el de Martín Palermo, que tras fallar tres penaltis contra Colombia
en el noventa y nueve —semejante cosa podrá ser olvidable en Australia, pero en
Argentina es un crimen— no sólo tuvo que cambiar de equipo, de ciudad, de
peinado (la prensa rosa ubica también allí el motivo de su divorcio), sino que
nunca jamás se volvió a poner detrás del punto blanco. El legendario Mil
Máscaras, por otro lado, no habría salido de su casa de haber sabido lo que
pasaría en la Arena México aquella noche del setenta: su contrincante, tras
derrotarlo, le arrebató la máscara. En un segundo pasó de tener mil caras a no
tener ninguna, pues aquella insípida y tosca —la verdadera— lejos estaba de
encarnar las glorias de antaño. Cuentan que desde ese día no se prende un radio
ni se abre un periódico en la casa de Mil Máscaras, pero lo que es aun más
dramático: desde ese día no se encuentra tampoco allí ningún espejo.
Ha habido sin embargo un caso más resuelto y fascinante, consagración de
lo que todos los anteriores buscaron sin fortuna ante la imposibilidad de
derrotar el tiempo. Se trata de aquel hombre que nace todos los días a las ocho
de la mañana. La misma edad, la puerta idéntica. Recorre los mismos sitios por
los que pasó el día anterior, y que no olvida a pesar de haber acabado de
nacer. La mirada inmóvil, en no se sabe cuál búsqueda. La noche no tarda en
emboscar su paso, y el hombre cae muerto, cada día un centímetro más adelante
que el anterior. No hay en la historia ningún registro de alguien que hubiera
logrado vivir tantas veces. Tampoco de alguien dueño de una obstinación
siquiera parecida. Ayer bajo el crepúsculo lo vi morir justo un centímetro
antes de la frontera entre la arena y el río.
Bastante interesante el tema "Un hombre que nace todos los días". Se puede explotar muy bien. En cuanto al cuento, que bien se describe la anacrónia, me gusta el realismo con el que cuenta la historia y como ubica la realidad de los hechos históricos junto con el idealismo de aquel hombre que nacía todos los días. Me hubiera gustado saber mucho más de ese hombre
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