lunes, 6 de marzo de 2017

El Hombre que Nacía todos los Días

Por Eduardo Correa Rivera

Algunos hubieran querido ser otro distinto al que son. Hay quienes tienen el arrojo de abalanzarse en otra vida; otros prefieren enmudecer la imagen de lo que hubiera sido, a veces con la suerte de que la elección logra la altisonancia suficiente para no invitar a la nostalgia. Wagner quería ser estratega militar según contaba Nietzsche en una carta, pero para la fortuna de todos se conformó con escritor de óperas. Nietszche mismo sentía en su juventud vocación clerical, pero una mañana se preguntó a qué sabría una segunda copa de vino. Claro que en algunos casos el protagonista no hubiera querido cambiar de vida, no obstante la fuerza de las circunstancias lo arrincona. Un ejemplo obligado es el de Martín Palermo, que tras fallar tres penaltis contra Colombia en el noventa y nueve —semejante cosa podrá ser olvidable en Australia, pero en Argentina es un crimen— no sólo tuvo que cambiar de equipo, de ciudad, de peinado (la prensa rosa ubica también allí el motivo de su divorcio), sino que nunca jamás se volvió a poner detrás del punto blanco. El legendario Mil Máscaras, por otro lado, no habría salido de su casa de haber sabido lo que pasaría en la Arena México aquella noche del setenta: su contrincante, tras derrotarlo, le arrebató la máscara. En un segundo pasó de tener mil caras a no tener ninguna, pues aquella insípida y tosca —la verdadera— lejos estaba de encarnar las glorias de antaño. Cuentan que desde ese día no se prende un radio ni se abre un periódico en la casa de Mil Máscaras, pero lo que es aun más dramático: desde ese día no se encuentra tampoco allí ningún espejo.

Ha habido sin embargo un caso más resuelto y fascinante, consagración de lo que todos los anteriores buscaron sin fortuna ante la imposibilidad de derrotar el tiempo. Se trata de aquel hombre que nace todos los días a las ocho de la mañana. La misma edad, la puerta idéntica. Recorre los mismos sitios por los que pasó el día anterior, y que no olvida a pesar de haber acabado de nacer. La mirada inmóvil, en no se sabe cuál búsqueda. La noche no tarda en emboscar su paso, y el hombre cae muerto, cada día un centímetro más adelante que el anterior. No hay en la historia ningún registro de alguien que hubiera logrado vivir tantas veces. Tampoco de alguien dueño de una obstinación siquiera parecida. Ayer bajo el crepúsculo lo vi morir justo un centímetro antes de la frontera entre la arena y el río.

1 comentario:

  1. Bastante interesante el tema "Un hombre que nace todos los días". Se puede explotar muy bien. En cuanto al cuento, que bien se describe la anacrónia, me gusta el realismo con el que cuenta la historia y como ubica la realidad de los hechos históricos junto con el idealismo de aquel hombre que nacía todos los días. Me hubiera gustado saber mucho más de ese hombre

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